Una canción folclórica portuguesa se burla de
los curas, porque estos les instalan pararrayos a las cúpulas de las iglesias.
Dicen los mamagallistas lusos, que no entienden esta previsión tan terrenal, para
sitios que gozan de todas las consideraciones y protecciones del altísimo,
además de la ya pregonada infalibilidad de la iglesia. Lo que no saben en
Portugal es que en Colombia, además de pararrayos, hay que construirlas con
acero sismo resistente y dotarlas con vigilantes armados, para evitar que los
ladrones se lleven las custodias, los copones y hasta las limosnas del último
domingo.
Así que no hay que extrañarse de que un rayo
vagabundo, haya sido atrapado por el potente pararrayos de la cúpula de la basílica de San Pedro, apenas horas después
de que el papa Benedicto XVI anunciara su renuncia al Pontificado. Si bien es
cierto, la imagen, que rápidamente le dio la vuelta al mundo, fue mostrada como
algo sobrenatural o de origen divino y relacionado con un mensaje celestial por
la renuncia recién anunciada, la verdad es que estos eventos son mas frecuentes
de lo que creemos, y ocurren por una razón meramente científica: Todas las
iglesias tienen altas cúpulas y en ellas hay instalado un pararrayos, cuya
función es precisamente la de atraer rayos, para proteger a los ciudadanos de
las fuertes descargas eléctricas.
Ahora bien, con todo y la
explicación científica, no me parece para nada descabellado el considerar el
famoso rayo como el anuncio de algo sobrenatural y milagroso. O es que acaso no
es un verdadero milagro, que después de 600 años, un papa, sin más ni más,
decida abandonar el cargo mas importante del universo, y anuncie, cómo razón
principal para esta renuncia, una que nos sorprendió por su sencillez y
humanidad: que está muy viejo, está cansado y no se siente con fuerzas para hacer el duro trabajo de dirigir espiritualmente
a mas de mil millones de personas, muchas de las cuales están interesadas en
todo, menos en seguir sus sabias enseñanzas.
Y no le falta razón a su
Santidad. No se entiende como una persona comienza a ejercer uno de los cargos
mas difíciles del planeta a la venerable edad de 78 años, 13 años después de
que cualquier ser humano ya estaría retirado, ya sea porque nadie le de trabajo
o porque tuvo la suerte de ser uno de los que logran pensionarse, después de 40
años de trabajo. Para nadie es un secreto que en los países desarrollados, el
retiro y jubilación ocurren a los 65 años y en los no tan desarrollados, como
el nuestro, está por los 62 años.
Pero si lo anterior parece
injusto, mas desproporcionado es
pretender que un anciano continúe trabajando y realizando viajes
transcontinentales, a la nada
despreciable edad de 86 años, un poquito mas de 16 años después de que, teóricamente, todos los hombres que nacieron
en su época ya habrán muerto. No nos olvidemos que, si bien es cierto, que en
los países europeos y Norteamérica la expectativa de vida es de cerca de 78
años, en otras regiones del África apenas alcanza los 45 años, siendo la de
nuestra región latinoamericana de alrededor de 69 años. En realidad el simple
hecho de llegar a alcanzar mas de 85 años es una verdadera hazaña, en un mundo
convulsionado y lleno de toda clase trampas, en el que tan solo un 0.4 % de la
población, logra este envidiable record.
Así que me parecen faltos
de objetividad y de caridad cristiana, todos los que no solo no quieren
entender el natural deseo de un viejo de retirarse a descansar, sino que ya han
comenzado a inventarse teorías “socio jodidas” y crisis de conciencia, en una
grupo religioso que no ha tenido un solo día de tranquilidad, desde el momento
en que Jesús dijo que era el hijo de Dios. Mas importante sería recibir con
mucha reflexión y responsabilidad el ejemplo que nos deja Benedicto, sobre las
veleidades del poder y la necesidad de abandonarlo cuando no estamos a su
altura.
Artículo publicado el 14 de Febrero de 2013
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