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miércoles, 30 de noviembre de 2022

LA NOCHE DEL SÁBADO

Le pedí a Eloísa que me diera el chance hasta la Zona Norte, para atender una invitación que me había hecho “El Pacifista”, Georgey Chárchamov, para celebrar su cumpleaños, en uno de los restaurantes de moda de esa exclusiva zona de la Heroica Cartagena de Indias.

 

De acuerdo con el cumplimentado, sería una reunión de pocas personas y, con tal de convencerme, me enumeró la lista de asistentes en la que figuraban algunos intelectuales pobres, otros académicos acomodados y, por supuesto, no podía faltar un significativo grupo del famoso “Cartel del Suero”. Tranquilo – me dijo- cero gente tóxica.

 

Vencí mi miedo atávico a deambular de noche, especialmente en ciudades peligrosas, oscuras e insolidarias, como rápidamente se había vuelto la nuestra, bajo la égida de un atolondrado que ejercía sus funciones oficiales, encaramado en un tractor de juguete, y, sin pensarlo más, le cogí la caña a Eloísa que consintió en llevarme, antes de asistir a la misa nocturna en Cristo Rey.

 

El paso por el viaducto de la Ciénaga de la Virgen se me hizo eterno, debido a que la vía, totalmente oscura, obligaba a los conductores a movilizarse lentamente, intentando descubrir en la penumbra los contornos seguros de la ruta. Llegué al concurrido centro comercial a la hora exacta en que había sido citado, a pesar del serenito pendejo que caía y de los enredos en que nos metimos, para encontrar el dichoso restaurante, en medio de una infinidad de autos estacionados de cualquier forma. - Esta vaina de noche es otra cosa – refunfuñó Eloísa, un poco malhumorada, por los incontables dédalos que había tenido que sortear.

 

El restaurante, que en realidad era un tendal al aire libre, elegantemente decorado, estaba prácticamente vacío: en un lado, un grupito se movía en la oscuridad, iniciando la aburrida rutina de conectar instrumentos musicales y probar el sonido: “Ola Si. Un, dos, tres, sonido”. En una esquina, el único cliente: un cachaco taciturno, miraba con tristeza el resto de cerveza caliente que le quedaba en el vaso. Eso si, de aquello nada: nadie sabía de una cena de cumpleaños, por ningún lado se veían los anunciados invitados y ante la mirada extraña de los empleados del restaurante, poco a poco me di cuenta que, sin proponérmelo, había vuelto a caer en una de las trampas de la vejez: llegar puntual.

 

Por un instante sentí la bochornosa sensación de haberme equivocado de sitio, o de fecha, pero nada, una rápida mirada al celular me confirmó las sospechas iniciales: me habían dejado metido y con una sola llamada al cumplimentado pude comprender el tamaño de mi ingenuidad: - Eso es más luego, yo apenas voy a bañarme – me dijo riéndose – y concluyó con una sentencia lapidaria: -Nojoda tu con tu vicio de llegar temprano-.

 

No tuve mas tiempo para preocuparme por la azarosa cena. Una comunicación alarmada de Eloísa me hizo saber que al automóvil se le había descompuesto alguna vaina que “sonó duro” y ahora se encontraba sola, atravesada en la carretera en medio de la más absoluta oscuridad, sin saber que hacer, a quien recurrir y maldiciendo la hora en que se le había ocurrido llevarme a una cena sin futuro con un poco de viejos con menos futuro. Le di instrucciones para alumbrarse con el teléfono, llamé como a 50 amigos y me arrepentí de todas las veces que despotriqué del peaje de Marahuaco, cuyos funcionarios, muy eficaz y gentilmente, acudieron de inmediato y nos ayudaron con su grúa.

 

Más tarde, ya relajado en mi cuchitril, me senté a mirar los videos callejeros de Karolina Protsenko y a terminar la quinta temporada de The Crown, que era lo que, en realidad, me gustaba hacer la noche del sábado.


Cartagena, 29 de noviembre de 2022


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright