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jueves, 29 de diciembre de 2022

VAINAS DE VIEJOS

Se me ocurrió la genial idea de decir en una reunión de perrateadores y mamadores de gallo inmortales, que cada vez que vengo a Chile, veo a las chilenas más bonitas. Ahí fue Troya. 

 

Ni siquiera mi venerable edad de abuelo, me sirvió para evitar la batallada que me dieron y, no porque las chilenas no sean cada vez más bonitas, sino porque, según ellos, una declaración de ese calibre, es señal indiscutible que me estoy poniendo viejo.

 

Poco valieron mis argumentos sustentados, como siempre, en ejemplos y datos serios extraídos de redes sociales e internet. Los guasones amangualados, estaban dispuestos a castigarme el desliz y, para consolarme y tranquilizarme, comenzaron a enumerar algunas de estas famosas señales de vejez, una de las cuales yo había violado ingenuamente. 

 

Lo primero que me enrostraron fue la permanente afición de los mayores a decir que todas las cosas en su tiempo fueron mejores, especialmente las fiestas, las celebraciones y la diversión. Se burlaron del afán en afirmar que, la educación de antes era más integral, severa y difícil, que en nuestra época todo era más escaso y complicado y, la más grave de todas, decir que, en el pasado, todo era más barato.

 

Tuve que aceptar que, a veces, más que estar envejeciendo lo que nos pasa es que comenzamos a pisar trampas de la nostalgia y, aunque les di la razón en algunas cosas, me mantuve firme en que, otras vainas, más que temas de viejo, son verdades incontrovertibles.

 

No me dieron tregua. Después de una larga discusión concluyeron que, en realidad, son solo tres las cosas determinantes, que indican que un hombre se está volviendo viejo: La primera, que nunca había imaginado, es que la persona siempre está estrilando contra el clima. A toda hora se queja de frío o del calor.

 

La segunda, que me pareció más admisible, es que el personaje que avanza hacia la vejez, se mete a la piscina por las escaleritas, agarrado del pasamanos, mientras que el joven pega una carrera da un gran salto y se zambulle.

 

La tercera, que creo fue el origen de toda la diatriba en mi contra, es la que sirve de final al chiste y establece que el hombre que está envejeciendo, comienza a enamorarse de la esposa. Parece que este punto lo asimilaron a mi afirmación de ver cada vez más bonitas a las chilenas.

 

Decidí no continuar defendiéndome, explicando y aclarando las cosas buenas de la mayoría de edad, por temor a que continuaran alargando la lista de vainas raras, propias del tránsito a la vejez y terminaran de pronto enumerando esa infinita colección de achaques inconfesables, que escondemos tan celosamente. 

 

Más bien y para calmar la cosa, traté de salirme del lío, con una verónica dialéctica, destacando las virtudes físicas y espirituales de las mujeres y ponderando sus excepcionales habilidades para la solidaridad, diligencia, paciencia, caridad, cuidado, trabajo en equipo y responsabilidad en el cumplimiento de objetivos y metas.

 

Les conté que, cuando llegué a la empresa donde trabajé muchos años, nos tocó construir baños para damas, porque en los años 50, cuando se fundó, nunca se pensó que, algún día, las mujeres ocuparían cargos distintos a los de secretaria, en una industria considerada de solo hombres y rematé mi discursito pendejo, diciendo que yo había sido el encargado de recibir y dirigir a la primera ingeniera que se contrato en mi refinería. 

 

Era obvio que la fingida seriedad con la que seguían mirándome, era puro perrateo y que en cualquier momento soltarían otra carcajada, así que les dije: y no me baño en piscinas por miedo o por viejo, sino porque el agua está muy fría nojoda. 

 

Santiago de Chile, 24 de diciembre de 2022


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright

lunes, 19 de diciembre de 2022

OTRA HISTORIA CHILENA

Tengo la sospecha de que los chilenos no usan talco para los pies y no me malinterpreten. No se trata de que haya descubierto olores raros ni mucho menos, no señor. Llegué a esta conclusión, en realidad, después de haber buscado en los diferentes centros comerciales y supermercados de cadena de las grandes superficies, sin poder encontrar un tarrito de polvo Mexsana o de cualquier otra marca.

 

Pero la verdad, no fue solo el talco para pies: el alcohol, por ejemplo, solo se vende como gel, es sumamente difícil encontrar productos en referencias pequeñas y, lo más grave y frustrante para mi: no se consigue, ni para hacer un remedio, una botellita de Menticol. El aire acondicionado de los pobres y la cura milagrosa de los cartageneros, para casi cualquier cosa.

 

De lo que si no puedo quejarme es de las inmensas estaciones llenas de exuberantes frutas de todos los colores y sabores, de la gran variedad de carnes y mariscos de todos los océanos del mundo, símbolo inequívoco de la gastronomía peruana, chilena y del sur del continente y, por supuesto, de la infinita colección de vinos, a precios de lástima, que volverían locos a conocedores y profanos.

 

Es claro que Chile no se ha vuelto Venezuela, por la llegada de un presidente de izquierda y, a pesar de los resquemores iniciales, y de los malos augurios de los habladores de “burundanga” de siempre, el país marcha por donde es y los chilenos muestran su talante moderno, su disposición permanente hacia el mejoramiento de todos y su mismo ambiente de progreso, abundancia, tranquilidad y de buen vividero.

 

Cada vez que visito este país me veo sorprendido por la magnitud de los proyectos que acometen y por la eficacia con que los realizan. Recién saliendo del aeropuerto, mi hijo nos condujo a través de un túnel de cerca de 24 kilómetros, que construyeron con el fin de reducir los tiempos de travesía de norte a sur en cerca de 20 minutos y descongestionar el tráfico que comenzaba a complicarse.

 

El nuevo túnel une, a 90 metros de profundidad, la gran avenida circunvalar Américo Vespucio, con la también impresionante Costanera, dejándonos en un abrir y cerrar de ojos, a un paso de la casa, en la comuna de las Reinas. Noté, eso si, que cada determinado tiempo, sonaba un bip electrónico dentro del vehículo: cada vez que escuchas el bip, indica que pasamos un peaje y automáticamente se cobra en mi cuenta - me dijo mi hijo. Cada pitadita vale 2000 barras chilenas- concluyó.

 

Llegué a contar como cinco pitaditas de a 2000 pesos chilenos, unos 10000 colombianos, así que calculé que la gracia nos había costado unos 10000 chilenos o 50000 colombianos, suma que los chilenos pagan contentos y orgullosos y que quizá en Colombia generaría años de comentarios y protestas, pero bueno: somos diferentes y tenemos diferentes formas de ver el desarrollo, el progreso y la manera de participar activamente y aportar a la prosperidad de nuestros países. Como decía el viejo Marcos Pérez: “tarde o temprano su radio será un Phillips”.

 

Seguramente, además de la falta de Menticol, Chile tendrá otras falencias, que ya nosotros tenemos resueltas y en las que podremos “sacar pecho” y colaborarles. Para eso se necesitan buenos embajadores, pero eso será para otra historia chilena. 


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright


Santiago de Chile, 18 de diciembre de 2022



 

miércoles, 30 de noviembre de 2022

LA NOCHE DEL SÁBADO

Le pedí a Eloísa que me diera el chance hasta la Zona Norte, para atender una invitación que me había hecho “El Pacifista”, Georgey Chárchamov, para celebrar su cumpleaños, en uno de los restaurantes de moda de esa exclusiva zona de la Heroica Cartagena de Indias.

 

De acuerdo con el cumplimentado, sería una reunión de pocas personas y, con tal de convencerme, me enumeró la lista de asistentes en la que figuraban algunos intelectuales pobres, otros académicos acomodados y, por supuesto, no podía faltar un significativo grupo del famoso “Cartel del Suero”. Tranquilo – me dijo- cero gente tóxica.

 

Vencí mi miedo atávico a deambular de noche, especialmente en ciudades peligrosas, oscuras e insolidarias, como rápidamente se había vuelto la nuestra, bajo la égida de un atolondrado que ejercía sus funciones oficiales, encaramado en un tractor de juguete, y, sin pensarlo más, le cogí la caña a Eloísa que consintió en llevarme, antes de asistir a la misa nocturna en Cristo Rey.

 

El paso por el viaducto de la Ciénaga de la Virgen se me hizo eterno, debido a que la vía, totalmente oscura, obligaba a los conductores a movilizarse lentamente, intentando descubrir en la penumbra los contornos seguros de la ruta. Llegué al concurrido centro comercial a la hora exacta en que había sido citado, a pesar del serenito pendejo que caía y de los enredos en que nos metimos, para encontrar el dichoso restaurante, en medio de una infinidad de autos estacionados de cualquier forma. - Esta vaina de noche es otra cosa – refunfuñó Eloísa, un poco malhumorada, por los incontables dédalos que había tenido que sortear.

 

El restaurante, que en realidad era un tendal al aire libre, elegantemente decorado, estaba prácticamente vacío: en un lado, un grupito se movía en la oscuridad, iniciando la aburrida rutina de conectar instrumentos musicales y probar el sonido: “Ola Si. Un, dos, tres, sonido”. En una esquina, el único cliente: un cachaco taciturno, miraba con tristeza el resto de cerveza caliente que le quedaba en el vaso. Eso si, de aquello nada: nadie sabía de una cena de cumpleaños, por ningún lado se veían los anunciados invitados y ante la mirada extraña de los empleados del restaurante, poco a poco me di cuenta que, sin proponérmelo, había vuelto a caer en una de las trampas de la vejez: llegar puntual.

 

Por un instante sentí la bochornosa sensación de haberme equivocado de sitio, o de fecha, pero nada, una rápida mirada al celular me confirmó las sospechas iniciales: me habían dejado metido y con una sola llamada al cumplimentado pude comprender el tamaño de mi ingenuidad: - Eso es más luego, yo apenas voy a bañarme – me dijo riéndose – y concluyó con una sentencia lapidaria: -Nojoda tu con tu vicio de llegar temprano-.

 

No tuve mas tiempo para preocuparme por la azarosa cena. Una comunicación alarmada de Eloísa me hizo saber que al automóvil se le había descompuesto alguna vaina que “sonó duro” y ahora se encontraba sola, atravesada en la carretera en medio de la más absoluta oscuridad, sin saber que hacer, a quien recurrir y maldiciendo la hora en que se le había ocurrido llevarme a una cena sin futuro con un poco de viejos con menos futuro. Le di instrucciones para alumbrarse con el teléfono, llamé como a 50 amigos y me arrepentí de todas las veces que despotriqué del peaje de Marahuaco, cuyos funcionarios, muy eficaz y gentilmente, acudieron de inmediato y nos ayudaron con su grúa.

 

Más tarde, ya relajado en mi cuchitril, me senté a mirar los videos callejeros de Karolina Protsenko y a terminar la quinta temporada de The Crown, que era lo que, en realidad, me gustaba hacer la noche del sábado.


Cartagena, 29 de noviembre de 2022


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jueves, 23 de diciembre de 2021

EPÍLOGO


 

No se porque me acordaba tanto de los habitantes de macondo, cuando, después de 4 años de lluvias eternas, convocadas por la compañía bananera, salieron por primera vez a ver el pueblo arrasado y se encontraron unos a otros, estragados y andrajosos y sobrellevando con estoicismo la catadura triste de sobrevivientes de un naufragio.

 

Me imagino que así nos veíamos ese día cuando, después de dos años de pandemia, encierros y desgracias, salimos por primera vez al centro histórico de la Heroica Cartagena de Indias, todavía espantados y preocupados por la posibilidad de contagiarnos con la peste traicionera. 

 

La ciudad estaba triste, fea, llena de basuras y huecos de alcantarillas destapadas y rebosadas de aguas negras y gusanos rabones. Los pocos transeúntes se movían lentamente, con la mirada perdida y la cara medio cubierta, con unos trapos ridículos, que les daban la apariencia de personajes de película de zombis.

 

Mis hijos, Rodolfo, José Domingo, Ricardo y Luis Guillermo, que habían llegado, secretamente, desde diferentes partes del mundo, habían insistido en que debía salir a dar una vuelta, “para orearme”, pues temían que el encierro prolongado, me estuviera pasando cuenta de cobro y fuera el responsable de mi súbito interés en los vallenatos viejos, las historias de accidentes aéreos y los noticieros en francés, que eran toda mi distracción y ocupaban todo mi tiempo,

 

En una de las callecitas que salen a la Plaza de la Aduana había un grupito de personas, embobadas, observando un miquito que hacía payasadas en un balcón. Lo habían vestido de chaleco y corbatín y divertía a la gente, simulando con la pata, que tiraba de la cadena del pito de un tren. 

 

Luego saltaba y se encaramaba en un tractorcito y se ponía una mano en la nariz indicando que tocaba la trompeta, todo acompañado de sus respectivos sonidos y chillidos. Por último, cuando la gente comenzaba a gritarle “zambiloco”, enfurecía y hacía gesticulaciones y mostraba su intención de orinar a todos.

 

Era una nueva distracción, para una ciudad escaldada y decepcionada por el sufrimiento y el abandono, después de un par de años malditos, en los que se juntaron los efectos destructores de una pandemia imprevista y desconocida, con la improvisación y las locuras de un gobierno sin cerebro y sin corazón, que, más allá de su incapacidad para gestionar y gobernar, estaba poseído de un extraño talento para el mal, la ofensa y el desprecio hacia sus semejantes.

 

No lo conmovieron los cientos de miles de muertes absurdas, de las víctimas del desgreño y los malos manejos de la pandemia. Tampoco se inmutó ante el hambre y las cifras escandalosas, que daban cuenta que, más del 60% de sus electores se acostaban sin comerse las tres balas.

 

Mientras la inseguridad se disputaba los muertos con las pandemias de Covid y Dengue, el pichón de mesías se desternillaba de risa, comiendo salchichas alemanas y sonando un silbato, para espantar a los neo malandrines que invadían los barrios “Tenebrosos”, donde se hacinaban sus votantes ingenuos y crédulos que, ahora conscientes de su destino atravesado, se dormían con la esperanza de despertar en una ciudad mejor, sin el temor con que se despertaron sus antepasados en las mazmorras del sátrapa de turno.

 

En la esquina de la Universidad, comenzaron a aparecer los conocidos: El Vara, el Toñi y el Piolo, trataban de convencer a Juan Diego, que la mejor solución era que los vecinos se armaran de herramientas, para hacerle mantenimiento a los parques, que ya se habían vuelto intransitables y desaparecían bajo la voracidad de la maleza y el terror que producían los bandidos agazapados.

 

Cuando nos disponíamos a entrar a tomarnos el café más caro del mundo, divisamos la figura inconfundible que se acercaba por la Calle de la Soledad. Con su pelambre plateada enredada, su camiseta de preso, a rayas, y su caminadito de sincelejano, se acercaba acelerado y concentrado: El Maestro acuarelista, Cesar Bertel.

 

- Oye gran carajo, ¿Dónde estabas metido? – llevo dos años buscándote- le grité, acompañado por las risas del grupito de perrateadores. 

 

- Compadre, sacándole el quite a la plaga y a los huecos de las alcantarillas- nos contestó, mientras se sentaba con nosotros en el famoso café, en el que la pandemia había dejado vacías, un gran número de sillas de los habituales contertulios.

 

Nos acompaño a lamentarnos de nuestras tragedias, nos contó que había sobrevivido vendiendo acuarelas de pequeño formato a los chilenos, y que ahora se dedicaba a pasar la mojosera, pintando sus espectaculares selvas en un kiosco de Turbaco, mientras podía volver a su ambiente del metemonismo y espantajopismo del altiplano andino.

 

Cuando ya habíamos arreglado el mundo y agotado todos los temas decidí que era el momento de marcharnos. Al menos la catarsis nos había servido para recordar que el momento más oscuro de la noche es antes del amanecer y que pasara lo que pasara, La Heroica no se iba a rendir. 

 

Seguramente de esta desgracia, saldría esa nueva generación de líderes inspirados, comprometidos e incorruptibles que traerían, finalmente, paz y sosiego a nuestra gente.

 

-Vámonos para la peluquería, les dije a mis hijos:

- Eloísa está diciendo que, con este pelo enredado, cada día me parezco más al maestro Bértel.

 

Cuando ya nos alejamos, después de las despedidas llenas de promesas que nunca cumpliríamos, el maestro me grito: 

 

- Oiga compadre y porque no escribe y cuanta todas estas vainas. Dígale al mundo que aquí hay una ciudad que se llama Cartagena de Indias en la que “Se Jodió Pindanga.”

 

Me acordé de la respuesta del Maestro a Enrique Grau y le dije: - no se que es esa vaina, pero la pondré en mi próximo libro-.


Cartagena, 23 de diciembre de 2021

 

 

FIN



sábado, 20 de noviembre de 2021

EL VEREDICTO JUSTICIERO DE LOS TIEMPOS

La expresión “Time Flies”, usada por lo americanos para señalar que el tiempo pasa volando, a pesar de lo simple y evidente, tiene un contenido de filosofía popular incontrovertible y eficaz.  Nada más seguro y arrasador que el movimiento incesante del tiempo, dejando a su paso un reguero de realidades cumplidas, casi siempre, muy diferentes a las promesas, planes, deseos y hasta sueños.

 

Un amigo solía decir que: “no hay nada más bello que un día detrás del otro”, significando, igualmente, que el paso del tiempo es y será, por los siglos de los siglos, el juez universal que, finalmente, se encargará de poner cada cosa en su sitio y, al mejor estilo de Ulpiano, darles a cada quien, lo que les pertenece.

 

Creo que estos infortunados últimos dos años que, ya casi acaban para la ciudad de Cartagena y que también han pasado volando, han cumplido a cabalidad su cometido de entregarnos, a todos, el veredicto justiciero de los tiempos a que se refería Indalecio Liévano y que quedó, para siempre recordado, en la lápida de su tumba.

 

Se encargó el tiempo, en su paso inexorable, de darles la razón a quienes no creyeron en el discurso disruptivo, populachero y grotesco, de un charlatán aparecido, que, mediante maniobras y artificios de carnaval, logró atrapar a un grupo de votantes ilusos e incautos, para hacerse elegir alcalde de Cartagena. Esta situación, por supuesto, no es nada extraña en una ciudad ensimismada y con una triste tradición electoral de torpezas, frustraciones y desengaños.

 

Pero no solo les dio la razón a quienes no le creyeron su discurso embaucador, sino que, además, se encargaron estos dos años de demostrar que, igualmente, tenían toda la razón, en sus análisis, frente a la inexistencia de un Plan de Gobierno serio y estructurado, que recogiera las estrategias para desarrollar los estudios, programas y proyectos que, necesita la ciudad y que, desde hace rato, estamos esperando. 

 

El paso inexorable de los días demostró, hasta la saciedad, lo que se señalaba, tímidamente al principio, sobre su incompetencia para enfrentar un cargo, en el que la formación en temas de gestión pública es cardinal, un cargo para el que hay que prepararse toda una vida, habida cuenta del calibre de la responsabilidad que se asume. Cero formacion en finanzas públicas, en Planeación, en Hacienda y todo esto adornado con un talante pendenciero, irrespetuoso y abusivo, dieron origen a que rápidamente fuera ubicado, descalificado y descartado, por un grueso número de ciudadanos, a los que nunca convencieron sus mensajitos a colores, ni sus payasadas de marioneta empolvada. También a esos, el tiempo les dio la razón.

 

Y muy seguros estaban quienes, al darse cuenta que se trataba de un verdadero fraude, propusieron, pasado el primer año de pésimo gobierno, la revocatoria de su errático mandato, de acuerdo con lo estipulado por la misma constitución y la ley.  Llovieron truenos, centellas y hasta amenazas de muerte. Los sabios de siempre se unieron al corito celestial que, a la espera de retribución, adulaba y apoyaba al descontrolado personaje, que entre más era consciente de su inutilidad, más intentaba agradar con sus maromas infantiloides y sus promesas de cumbiambera, encaramado en un tractorcito ridículo, símbolo inequívoco de su pobre concepción del liderazgo y la gestión seria y eficaz.  

 

Dos años después de iniciada esta tragedia, ya a nadie le quedan dudas del descache monumental que cometimos y, poco a poco, hasta sus defensores más encarnizados, han entendido que, de nada vale tratar de tapar el sol con una mano, que el desastre es total y que los remedios escasean. Hasta sus aduladores más cercanos han decidido quitarse la máscara y, sin pudor, han comenzado a soltar ese entripado venenoso de desafueros, barrabasadas y tropelías, que fueron el eje estructurador de un gobierno químicamente bruto.

 

No hay duda de la sabiduría inconmensurable del paso del tiempo: Tan solo dos años fueron suficientes para demostrar, cuanta razón tenían y tienen quienes, prima facie, descalificaron a este salvador de pacotilla. Hoy, con una nula aceptación, y con el fantasma de más de sesenta mil firmas, recogidas para realizar su revocatoria, persiguiéndolo por una ciudad hambrienta, descuadernada, insegura, enferma y empobrecida, solo esperamos que, de la forma que sea, terminen estos tiempos de desgracias.

 

Ya a nadie le interesa si se va o se queda, si lo echan o lo dejan, si lo revocan o no. La frustración y el desencanto son tales, que a la gente solo le importa que, estos tiempos de zozobra y angustia, que tanta razón nos han dado, pasen lo más rápidamente posible, para terminar esta pesadilla y comenzar otro ciclo, donde la inteligencia y el sentido común, se pongan nuevamente al servicio de las causas correctas y de la gente correcta.

 

Parece que, pase lo que pase, ya la ciudad ha dado por concluido este bochornoso y deprimente capítulo de su azarosa historia. Tienen toda la razón, también, quienes hoy se amalayan, de no haber votado por otro que, seguramente, hubiese sido mucho mejor. Ojalá ese arrepentimiento tardío, sea el detonante de nuevas y mejores decisiones. 

 

No se por que me vienen a la memoria en este momento, las palabras del Dr. Martin Luther King, Jr.: “Al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos, pero sí, el silencio de nuestros amigos”. 


Cartagena, 20 de noviembre de 2021

 

 

 

 

 

 

lunes, 15 de noviembre de 2021

LA EXALTACIÓN DE LA DESIDIA

De tantas y tantas chambonerías que se han hecho en Cartagena, una de las más reconocidas por su fealdad, ubicación y pésima funcionalidad, es el famoso puente o loma que se construyó en el barrio de Crespo, a la salida del túnel, para empalmar la vía al mar con la Avenida Santander. Nadie se atrevió a ponerle un nombre y, generalmente, se le conoce como, el esperpento, el mamotreto o la loma de Crespo.

 

Debido a que nunca se le comunicó o socializó, como dicen ahora, a la comunidad, sobre los detalles del proyecto, nadie, ni siquiera los líderes cívicos del barrio, que solicitaron en innumerables ocasiones el contenido y planos de la obra total, conocía de la existencia del dichoso puente, dentro de un proyecto misterioso y desintegrado, que, además, traía la etiqueta de caballo regalado, por lo que, en teoría, no debíamos mirarle el colmillo y aceptar cualquier vaina.

 

Cuando se inició su construcción y la gente se percató del desastre, ya era tarde: La inmensa loma comenzó a crecer y crecer, llevándose por delante un importante sector de la emblemática y tradicional Playa de Marbella, en la que las cartageneras, históricamente, habían paseado y lucido su piel morena y que, en tibias noches de luna, sirvió de refugio alcahuete, a los “amores contrariados de Billy Sánchez y Nena Daconte”.

 

Por supuesto que la ciudadanía se mostró descontenta, molesta y emputada, por este atentado contra la única y última playa verdaderamente popular de la ciudad. Era increíble que, para evitar atravesar una playa con una vía, que pasaría por el frente de algunos edificios de apartamentos, se construyera un túnel, que luego terminaría en una loma gigantesca, que acabaría con un tramo de playa y un paisaje marino, iguales al que se proponía preservar. No faltó, por supuesto, el malicioso que dijera sonriente, que la diferencia era que: una playa era de ricos y otra de pobres.  Parece que este argumento tuvo poca acogida, frente a otro opuesto, que decía que en realidad en Cartagena no había ricos. Si acaso, algunos espantajopos habladores, medio acomodados.

 

Lo cierto es que no valieron  las súplicas de los vecinos afectados, las protestas de los expertos ambientalistas y mucho menos los diagnósticos certeros y descalificadores de arquitectos y reconocidos urbanistas, quienes, diseños en mano, como el de Grace, Carrascal, proponían la construcción de una  “rotonda turbo holandesa”, que no solo dejaría incólume la legendaria playa, sino que además sería otro sitio de embellecimiento de la entrada de la ciudad y atractivo turístico, muy al estilo de los que construyen las ciudades que si quieren y respetan el ambiente.

 

Se sabe que el dueño del contrato, al pasar por el sitio, para atender una reunión urgente en la alcaldía, miro el adefesio, se sonrió y dijo: “mierda verdad que es maluco”. La reunión fue citada por el alcalde de turno, debido a las inconformidades y señalamientos y, sobre todo, por las fuertes protestas con bloqueos de vías, en el propio sitio donde se construía el puente. A la final, allá encerraditos en la Aduana, sin la presencia de los líderes ciudadanos, se concluyó que todo era perfecto y el alcalde al fin decidió algo: Echarles el SMAD a los manifestantes, todos vecinos de los barrios afectados, que nunca fueron escuchados. Obvio que nosotros no permitimos que nos apalearan y nos retiramos, cuando nos dimos cuenta que, tenía más reversa un avión de Taxader

 

 

Así se hacen las vainas en Cartagena. El famoso puente, además de destruir y dejar inutilizados mas de 2000 metros de playa y acabar con un sistema paisajístico de gran arraigo popular, genera un fuerte bloqueo en el tráfico que viene del Aeropuerto, debido a que solo dejaron un estrecho carril de salida, que para colmo de males tiene un semáforo debajo mismo del puente. Como si fuera poco, con la construcción del puente loma, se bloquearon los drenajes naturales del terreno, lo que genera que, cada vez que cae un serenito, se formen dos tremendas lagunas a lado y lado, dando lugar a lo que ya todo sabemos: mas trancones y mas caos en la de por si ya caótica movilidad.

 

Para la época ninguna autoridad ni gremio y mucho menos corporación pública, abrió la boca y se hizo lo que a los constructores les dio la gana. Hoy, cuando ya nadie recuerda lo sucedido, solo quedan los vecinos de Crespo, liderados por la Junta de Acción Comunal, Asocrespo y un conocido edil de la localidad, intentando mantener vivos los chamizos del parque lineal, construido, a medias, sobre el espacio donde se hizo el famoso túnel, como contraprestación por el daño ecológico infringido al ambiente y a la comunidad. Ni la alcaldía, ni la Concesión Vial, ni nadie, responde y solo nos queda ver como se cae a pedazos otra obra que, muy seguramente, fue pagada por todos y como desaparecen varios kilómetros de playa, que serían una bendición para los bolivianos.

 

Recordaba esta historia cuando vi, hace unos días en redes, que una conocida líder mostraba, ingenuamente, una sugerencia, de como se debería diseñar y construir la quinta avenida de Manga, para respetar al ambiente y no generar los odiosos peajes. Ojalá tengan suerte en esta ocasión. En un mundo donde dar un like en Facebook se ha convertido en un lío y en una ciudad al garete, sin planificación, ejecución y control, y donde el “juanlaverguismo” impera, es poco lo que podemos esperar.

 

Se que estoy mostrando el momento más oscuro de la noche, aunque con la esperanza de que las luces del nuevo día, nos den la ponderación y la sabiduría para corregir el rumbo y poner fin a esta mojosera.

 

Como diría Raúl Portela: “El velo de la nostalgia, cubre tu rostro de linda princesa”.


Cartagena, noviembre 15 de 2021

sábado, 6 de noviembre de 2021

HISTORIAS DEL FUTURO

La noche que Pambelé ganó el título mundial de boxeo, me encontraba completamente solo y a oscuras, en el pequeño balcón del cuartico que compartía con Fermín Garizabal y Armando Camacho, en la calle Moor.

 

Para un estudiante de 21 años, arrutanado, mondado y extraño, en una ciudad extraña, era otro sábado frío y aburrido, en el que la única diversión posible, era salir del cuartico de 3 x 3 al balconcito minúsculo, a mirar la calle desierta, en la que el silencio solo era interrumpido por las sirenas de las patrullas y los acordes lejanos de los tangos, en los bares de café y aguardiente, infaltables en casi cada esquina.

 

Tengo que admitir que estaba preparado para una derrota más de nuestro boxeo. Las caídas de Caraballo frente a Joffre y Harada, nos habían enseñado que una cosa era ganar peleítas en la Serrezuela y otra, muy distinta, enfrentarse a campeones del mundo. El mismo Pambelé había sido vencido dudosamente, un año antes, por un chiquitico calvo, en el emblemático y abrumador Luna Park de Buenos Aires. Niccolino Loche: un hombrecito que, por la forma de esquivar los golpes, parecía más un mago que un boxeador.

 

La pelea estaba siendo trasmitida, por radio, por Edgar Perea, con comentarios de Meporto y, a pesar de las exageraciones nacionalistas del locutor, se veía que el campeón panameño, llevaba la ofensiva del combate. Al terminar el noveno asalto, Meporto hizo el famoso y extraño comentario que resultó premonitorio y definitivo: “El campeón mundial recibió una buena mano y se fue resentido” – dijo con su rara vocecita-. La esquina del Pambe también lo analizó y un minuto después, yo estaba saltando, solo, en mi oscuro balconcito. Una vecina paisa que no se perdía la rodada de un catre, se asomó, me miró como quien mira a un marciano y me increpó: ¿Oiga costeño y que pasó?  -Pues imagínese que ganó Pambelé -le grité. Me miró desconcertada y preguntó ¿Y luego ese quien es pues?

 

En realidad, el interior del país no estaba para festejar campeonatos de boxeadores desconocidos y mucho menos costeños: Apenas si habían pasado dos años desde la fatídica noche del 19 de abril de 1970. Ese domingo se elegiría el reemplazo de Carlos Lleras y la elección tenía además un ingrediente simbólico, ya que se enfrentaban el último representante del desprestigiado Frente Nacional, varias veces ministro y últimamente Embajador en Washington, Misael Pastrana, contra el expresidiario, exdictador, expresidente, excomandante de las Fuerzas Militares, Gustavo Rojas Pinilla, a la sazón candidato de la Alianza Nacional Popular ANAPO.

 

A las 8 de la noche el candidato Rojas Pinilla, quien además gozaba de un gran respaldo popular y de gratitud, de buena parte de los votantes pobres, aventajaba a Pastrana por 113721 votos, cifra astronómica para la época. Fue cuando el pueblo comenzó a festejar ruidosamente, que el Ministro de Gobierno Noriega, ordenó suspender todo tipo de informaciones radiales y dejó en manos de: óigase bien, la Registraduría, todo el proceso de información. En la mañana ya Pastrana ganaba por 2617 votos, cifra que aumentó lentamente hasta quedar finalmente en una diferencia de 63567 votos a favor del papá de Andrés, otro a quien también elegimos en un domingo aciago. Las protestas no se hicieron esperar y la represión tampoco. Esa misma noche Carlos Lleras decretó el tenebroso Estado de Sitio, el Toque de Queda y el arresto de Rojas Pinilla y otros dirigentes de la ANAPO.

Dos días después, ya había informes comprometedores de chocorazos y fraudes en Nariño, Sucre, Cauca y Chocó. La violencia estudiantil y obrera, se apoderaba del país y cientos de estudiantes, entre esos mi compañero, eran arrestados y desaparecidos en los socavones criminales de cárceles infrahumanas. El fantasma del infame Consejo de Guerra, comenzó a espantar hasta a los más bravos y comprometidos líderes de la protesta. 

 

Fue entonces cuando el presidente sacó a relucir su talante mas represivo y autoritario: a las 8 de la noche del martes 21 de abril de 1970, frente a las cámaras de la borrosa televisión a blanco y negro, sacó su viejo reloj de fabricación rusa, lo acercó a la pantalla y dijo: “El toque de queda se cumplirá, y quien salga a la calle será por su cuenta y riesgo y con las consecuencias de quien viola un Estado de Guerra. La gente tiene una hora para dirigirse a sus casas”.

 

Así que ya entienden la tristeza, la soledad y el miedo que reinaban, la noche que ganó Pambelé y porque me tocó festejar, brincar solo en mi pequeño balcón y, sobre todo, aguantarme las repelencias de la vecina paisa malcriada. Unos meses después comenzaron a circular unos mensajes enigmáticos en algunos periódicos nacionales: Parasitos... gusanos? Espere M-19. Luego aparecería el famoso grupo guerrillero que captó la atención y algunas simpatías de los colombianos, hasta su desmovilización en 1990. 

 

Varios años más tarde, el exministro Lucio Pabón, el senador Luis Avelino Pérez y una Capitán retirado, de la Policía, informaron como se había planeado y tramitado el famoso Chocorazo. 28 años después, el mismo ministro de gobierno de la época, Carlos Augusto Noriega, publicaría: "Fraude en la elección de Pastrana Borrero" (Editorial La Oveja Negra, 1998), en el cual aceptaría y daría datos sobre la realización del fraude.

 

Es claro entonces, que nada de lo que pasó, pasa y seguirá pasando, es nuevo. Lo tenemos bien aprendidito y bien practicadito, para aplicarlo cada vez que sea necesario.

 

Por mi parte, tengo buenas razones para festejar, así sea solo,  el triunfo del Pambe en esa fecha: exactamente dos años después, el 28 de octubre de 1974, recibía mi grado de ingeniero y el mismo día pero 10 años más adelante, nacería uno de mis hijos.

 

P.D. Mi compañero fue arrancado de las garras del consejo de guerra y liberado,  en una audiencia histórica y tumultuosa, en la que me tocó actuar como testigo. Esto, gracias a la actuación jurídica  impecable de ese gran humanista: Carlos Gaviria Díaz (QEPD).


Cartagena, noviembre 6 de 2021