Encontré a una señora, bastante entrada en años, caminando y buscando, desesperadamente un café internet, por una de las callecitas aledañas a la Universidad de Cartagena.
Llevaba en la mano un papelito que mostraba gesticulando y quejándose, a quienes se detenían a escucharla. De puro metido me detuve y observé el papel, que en realidad era un cartoncito con instrucciones, sobre la forma como debería interactuar con una página web, para conocer los resultados de unos exámenes de imágenes, que se había realizado en un conocido sitio de la ciudad.
Se informaba la dirección de la página web a la que debería entrar, lo que significaba que debería tener un computador o un equipo inteligente, internet y, lo más exótico de todo, se solicitaba que debería estar dotado del buscador Mozilla Firefox para, finalmente, acceder a los resultados e imágenes. Se daban, además, instrucciones de entrada, usando usuario y password. Toda una verdadera hazaña cibernética para la señora, que se notaba por su desconcierto y desazón, no tenía conocimientos sobre el espinoso tema, que, a veces, es complicado hasta para verdaderos come pantallas.
Para hacerle el favor completo, la acompañamos al sitio, en la calle del porvenir, donde han sacado sus fotocopias, las tres últimas generaciones de egresados de la Universidad de Cartagena. La señora, que ya se sentía un poco más tranquila, no demoró en comenzar a ampliar la información y las quejas: “antes uno iba a buscar sus resultados, pero ahora con la cosa del covid, se han inventado este sistema para ponerlo a uno a loquear y a pasar penas.”
Tenía razón: alegando precauciones para evitar el contagio y la propagación de la pandemia, algunos prestadores de servicio se han desmontado, por las orejas, de su responsabilidad de entregar unos resultados físicos al cliente y se han ideado el peregrino y enrevesado procedimiento, de poner a las personas a escarbar en páginas web los resultados de estudios, generalmente ordenados y pagados por las EPS´s, a cuyos médicos, en realidad, se les deberían enviar, para ser incluidos en las historias clínicas de los pacientes.
Estos cambios, inconsultos y arbitrarios, no solo olvidan que hay clientes y pacientes que no tienen acceso a las nuevas tecnologías y procesos en línea, sino que rompen la cadena de custodia de información de carácter privado y confidencial, en la relación médico paciente y que, por demás, revisten entre otras cosas, la categoría de documentos con contenido e importancia jurídica probatoria, de gran relevancia cuando las circunstancias lo exigen.
Estos hechos, aparentemente triviales, y otros subproductos de la pandemia, han venido a complementar la ya larga lista de calamidades que, cada día, amargan más y más la vida de los cartageneros: ya no extraña ver en plena calle, a sol y agua, largas colas de clientes de bancos, EPS´s, notarías, laboratorios clínicos, consultorios médicos, odontológicos y todo tipo de actividades, donde la atención al cliente exige algún tipo de espera. Esto, que era muy normal en lo público, es hoy prácticamente la regla general y, con el pretexto del distanciamiento social, se ha oficializado el, de por si, ya aceptado y consentido, pésimo servicio al cliente que identifica a la ciudad.
Especialmente grave, la situación de los consultorios médicos, donde desde hace ya tiempo se inventaron el absurdo e irracional procedimiento de decirle que: “su cita es a las dos, pero por orden de llegada”. Es decir, si usted cumple si cita a la hora indicada, pero cuando llega ya hay 20 personas en la sala, usted será atendido en el número 21 a las 8 de la noche. Esto, por supuesto, convierte una cita médica en un complejo protocolo de todo un día. Las malas lenguas dicen que todo esto se inició, desde cuando comenzaron a “pagarles a los médicos con papelitos”.
Esta barbaridad, que no se si la sabrán nuestros queridos médicos, y que desafía las más elementales reglas de la planeación y del sentido común, es una práctica administrativa aceptada y reconocida en la Heroica, dentro de nuestro culto al absurdo y a la falta de lógica y ha venido a ser reforzada por las leyes acomodaticias de la pandemia, en las que el maltrato al cliente goza de muy buena aceptación y se soporta exitosamente, en la dictadura de los recepcionistas y los vigilantes. Mientras tanto, y cuando ya en el mundo entero el Covid, con todos sus perendengues, es cosa del pasado, aquí seguimos en un limbo de suposiciones, elucubraciones y divagaciones, en las que el “por favor me colabora con el tapabocas”, surge como solución mágica para la prevención, el control y la cura del maldito bicho.
Hay informaciones de entero crédito que dan cuenta de que, aun hay empresas en las que el salario continúa reducido a niveles de pandemia, a pesar de haberse reiniciado labores normales desde hace rato. Obviamente ya ustedes comprenderán que les pasa a aquellos que se atrevan a reclamar.
Por supuesto que una de las obligaciones perentorias de los gobiernos, al menos en las ciudades y regiones donde este existe, será la de entrar a hacer revisiones de todo tipo, pero muy especialmente de cánones, mensualidades y precios, pues parece que los avivatos de siempre ya comienzan a aprovecharse del desorden y a recuperar el tiempo perdido.
Por mi parte tocará seguir la recomendación del maestro Billo Frómeta y que ya muchos vienen poniendo en práctica: Pa Barranquilla me voy.
Cartagena 27 de octubre de 2021