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jueves, 29 de diciembre de 2022

VAINAS DE VIEJOS

Se me ocurrió la genial idea de decir en una reunión de perrateadores y mamadores de gallo inmortales, que cada vez que vengo a Chile, veo a las chilenas más bonitas. Ahí fue Troya. 

 

Ni siquiera mi venerable edad de abuelo, me sirvió para evitar la batallada que me dieron y, no porque las chilenas no sean cada vez más bonitas, sino porque, según ellos, una declaración de ese calibre, es señal indiscutible que me estoy poniendo viejo.

 

Poco valieron mis argumentos sustentados, como siempre, en ejemplos y datos serios extraídos de redes sociales e internet. Los guasones amangualados, estaban dispuestos a castigarme el desliz y, para consolarme y tranquilizarme, comenzaron a enumerar algunas de estas famosas señales de vejez, una de las cuales yo había violado ingenuamente. 

 

Lo primero que me enrostraron fue la permanente afición de los mayores a decir que todas las cosas en su tiempo fueron mejores, especialmente las fiestas, las celebraciones y la diversión. Se burlaron del afán en afirmar que, la educación de antes era más integral, severa y difícil, que en nuestra época todo era más escaso y complicado y, la más grave de todas, decir que, en el pasado, todo era más barato.

 

Tuve que aceptar que, a veces, más que estar envejeciendo lo que nos pasa es que comenzamos a pisar trampas de la nostalgia y, aunque les di la razón en algunas cosas, me mantuve firme en que, otras vainas, más que temas de viejo, son verdades incontrovertibles.

 

No me dieron tregua. Después de una larga discusión concluyeron que, en realidad, son solo tres las cosas determinantes, que indican que un hombre se está volviendo viejo: La primera, que nunca había imaginado, es que la persona siempre está estrilando contra el clima. A toda hora se queja de frío o del calor.

 

La segunda, que me pareció más admisible, es que el personaje que avanza hacia la vejez, se mete a la piscina por las escaleritas, agarrado del pasamanos, mientras que el joven pega una carrera da un gran salto y se zambulle.

 

La tercera, que creo fue el origen de toda la diatriba en mi contra, es la que sirve de final al chiste y establece que el hombre que está envejeciendo, comienza a enamorarse de la esposa. Parece que este punto lo asimilaron a mi afirmación de ver cada vez más bonitas a las chilenas.

 

Decidí no continuar defendiéndome, explicando y aclarando las cosas buenas de la mayoría de edad, por temor a que continuaran alargando la lista de vainas raras, propias del tránsito a la vejez y terminaran de pronto enumerando esa infinita colección de achaques inconfesables, que escondemos tan celosamente. 

 

Más bien y para calmar la cosa, traté de salirme del lío, con una verónica dialéctica, destacando las virtudes físicas y espirituales de las mujeres y ponderando sus excepcionales habilidades para la solidaridad, diligencia, paciencia, caridad, cuidado, trabajo en equipo y responsabilidad en el cumplimiento de objetivos y metas.

 

Les conté que, cuando llegué a la empresa donde trabajé muchos años, nos tocó construir baños para damas, porque en los años 50, cuando se fundó, nunca se pensó que, algún día, las mujeres ocuparían cargos distintos a los de secretaria, en una industria considerada de solo hombres y rematé mi discursito pendejo, diciendo que yo había sido el encargado de recibir y dirigir a la primera ingeniera que se contrato en mi refinería. 

 

Era obvio que la fingida seriedad con la que seguían mirándome, era puro perrateo y que en cualquier momento soltarían otra carcajada, así que les dije: y no me baño en piscinas por miedo o por viejo, sino porque el agua está muy fría nojoda. 

 

Santiago de Chile, 24 de diciembre de 2022


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright

lunes, 19 de diciembre de 2022

OTRA HISTORIA CHILENA

Tengo la sospecha de que los chilenos no usan talco para los pies y no me malinterpreten. No se trata de que haya descubierto olores raros ni mucho menos, no señor. Llegué a esta conclusión, en realidad, después de haber buscado en los diferentes centros comerciales y supermercados de cadena de las grandes superficies, sin poder encontrar un tarrito de polvo Mexsana o de cualquier otra marca.

 

Pero la verdad, no fue solo el talco para pies: el alcohol, por ejemplo, solo se vende como gel, es sumamente difícil encontrar productos en referencias pequeñas y, lo más grave y frustrante para mi: no se consigue, ni para hacer un remedio, una botellita de Menticol. El aire acondicionado de los pobres y la cura milagrosa de los cartageneros, para casi cualquier cosa.

 

De lo que si no puedo quejarme es de las inmensas estaciones llenas de exuberantes frutas de todos los colores y sabores, de la gran variedad de carnes y mariscos de todos los océanos del mundo, símbolo inequívoco de la gastronomía peruana, chilena y del sur del continente y, por supuesto, de la infinita colección de vinos, a precios de lástima, que volverían locos a conocedores y profanos.

 

Es claro que Chile no se ha vuelto Venezuela, por la llegada de un presidente de izquierda y, a pesar de los resquemores iniciales, y de los malos augurios de los habladores de “burundanga” de siempre, el país marcha por donde es y los chilenos muestran su talante moderno, su disposición permanente hacia el mejoramiento de todos y su mismo ambiente de progreso, abundancia, tranquilidad y de buen vividero.

 

Cada vez que visito este país me veo sorprendido por la magnitud de los proyectos que acometen y por la eficacia con que los realizan. Recién saliendo del aeropuerto, mi hijo nos condujo a través de un túnel de cerca de 24 kilómetros, que construyeron con el fin de reducir los tiempos de travesía de norte a sur en cerca de 20 minutos y descongestionar el tráfico que comenzaba a complicarse.

 

El nuevo túnel une, a 90 metros de profundidad, la gran avenida circunvalar Américo Vespucio, con la también impresionante Costanera, dejándonos en un abrir y cerrar de ojos, a un paso de la casa, en la comuna de las Reinas. Noté, eso si, que cada determinado tiempo, sonaba un bip electrónico dentro del vehículo: cada vez que escuchas el bip, indica que pasamos un peaje y automáticamente se cobra en mi cuenta - me dijo mi hijo. Cada pitadita vale 2000 barras chilenas- concluyó.

 

Llegué a contar como cinco pitaditas de a 2000 pesos chilenos, unos 10000 colombianos, así que calculé que la gracia nos había costado unos 10000 chilenos o 50000 colombianos, suma que los chilenos pagan contentos y orgullosos y que quizá en Colombia generaría años de comentarios y protestas, pero bueno: somos diferentes y tenemos diferentes formas de ver el desarrollo, el progreso y la manera de participar activamente y aportar a la prosperidad de nuestros países. Como decía el viejo Marcos Pérez: “tarde o temprano su radio será un Phillips”.

 

Seguramente, además de la falta de Menticol, Chile tendrá otras falencias, que ya nosotros tenemos resueltas y en las que podremos “sacar pecho” y colaborarles. Para eso se necesitan buenos embajadores, pero eso será para otra historia chilena. 


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright


Santiago de Chile, 18 de diciembre de 2022



 

miércoles, 30 de noviembre de 2022

LA NOCHE DEL SÁBADO

Le pedí a Eloísa que me diera el chance hasta la Zona Norte, para atender una invitación que me había hecho “El Pacifista”, Georgey Chárchamov, para celebrar su cumpleaños, en uno de los restaurantes de moda de esa exclusiva zona de la Heroica Cartagena de Indias.

 

De acuerdo con el cumplimentado, sería una reunión de pocas personas y, con tal de convencerme, me enumeró la lista de asistentes en la que figuraban algunos intelectuales pobres, otros académicos acomodados y, por supuesto, no podía faltar un significativo grupo del famoso “Cartel del Suero”. Tranquilo – me dijo- cero gente tóxica.

 

Vencí mi miedo atávico a deambular de noche, especialmente en ciudades peligrosas, oscuras e insolidarias, como rápidamente se había vuelto la nuestra, bajo la égida de un atolondrado que ejercía sus funciones oficiales, encaramado en un tractor de juguete, y, sin pensarlo más, le cogí la caña a Eloísa que consintió en llevarme, antes de asistir a la misa nocturna en Cristo Rey.

 

El paso por el viaducto de la Ciénaga de la Virgen se me hizo eterno, debido a que la vía, totalmente oscura, obligaba a los conductores a movilizarse lentamente, intentando descubrir en la penumbra los contornos seguros de la ruta. Llegué al concurrido centro comercial a la hora exacta en que había sido citado, a pesar del serenito pendejo que caía y de los enredos en que nos metimos, para encontrar el dichoso restaurante, en medio de una infinidad de autos estacionados de cualquier forma. - Esta vaina de noche es otra cosa – refunfuñó Eloísa, un poco malhumorada, por los incontables dédalos que había tenido que sortear.

 

El restaurante, que en realidad era un tendal al aire libre, elegantemente decorado, estaba prácticamente vacío: en un lado, un grupito se movía en la oscuridad, iniciando la aburrida rutina de conectar instrumentos musicales y probar el sonido: “Ola Si. Un, dos, tres, sonido”. En una esquina, el único cliente: un cachaco taciturno, miraba con tristeza el resto de cerveza caliente que le quedaba en el vaso. Eso si, de aquello nada: nadie sabía de una cena de cumpleaños, por ningún lado se veían los anunciados invitados y ante la mirada extraña de los empleados del restaurante, poco a poco me di cuenta que, sin proponérmelo, había vuelto a caer en una de las trampas de la vejez: llegar puntual.

 

Por un instante sentí la bochornosa sensación de haberme equivocado de sitio, o de fecha, pero nada, una rápida mirada al celular me confirmó las sospechas iniciales: me habían dejado metido y con una sola llamada al cumplimentado pude comprender el tamaño de mi ingenuidad: - Eso es más luego, yo apenas voy a bañarme – me dijo riéndose – y concluyó con una sentencia lapidaria: -Nojoda tu con tu vicio de llegar temprano-.

 

No tuve mas tiempo para preocuparme por la azarosa cena. Una comunicación alarmada de Eloísa me hizo saber que al automóvil se le había descompuesto alguna vaina que “sonó duro” y ahora se encontraba sola, atravesada en la carretera en medio de la más absoluta oscuridad, sin saber que hacer, a quien recurrir y maldiciendo la hora en que se le había ocurrido llevarme a una cena sin futuro con un poco de viejos con menos futuro. Le di instrucciones para alumbrarse con el teléfono, llamé como a 50 amigos y me arrepentí de todas las veces que despotriqué del peaje de Marahuaco, cuyos funcionarios, muy eficaz y gentilmente, acudieron de inmediato y nos ayudaron con su grúa.

 

Más tarde, ya relajado en mi cuchitril, me senté a mirar los videos callejeros de Karolina Protsenko y a terminar la quinta temporada de The Crown, que era lo que, en realidad, me gustaba hacer la noche del sábado.


Cartagena, 29 de noviembre de 2022


https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_D%C3%ADaz_Wright