Dice el Génesis que cuando Jehová
iba a destruir a Sodoma, se presentó Abraham y le dijo: Tu que eres el juez de
toda la tierra, vas a destruir al justo con el impío? Quizá haya cincuenta
justos en la ciudad. Después de pensarlo Jehová aceptó que por amor a los
cincuenta justos, el perdonaría a todos y no destruiría la ciudad. Abraham
continuó cuestionándolo, sobre lo que haría Jehová si hubiesen: cuarenta,
treinta, veinte y hasta diez justos en la ciudad, y jehová fue consistente: el
perdonaría a los malos con tal de salvar hasta a 10 justos.
Esta discusión entre Jehová y
Abraham, que es considerada por los juristas como el origen lejano del derecho
fundamental al debido proceso, es realmente una verdadera lección sobre una de
las conductas que mas diferencia al ser
humano de todos los demás seres de la creación: la capacidad de perdonar. Jehová
con esta acción les dejó un importante mensaje a sus seguidores y no
seguidores: la rabia, el odio, el rencor y el revanchismo, pueden ser muy malos
consejeros y llevarnos a cometer injusticias, a afectar con nuestras acciones a
gente buena y justa, que no debe pagar por las acciones de los malosos.
En Colombia somos millones y
millones de compatriotas los que llevamos mas de 50 años sufriendo por las
maldades de unos pocos. Hemos gastado nuestros mejores recursos en vidas y
armas, para una guerra absurda y sin futuro, que nos mantiene atados a la edad
media y nos convierte en los mas violentos del hemisferio. ¿Será que la mejor
idea es seguir padeciendo muchos años mas, hasta no quedar saciada nuestra sed de
venganza, nuestro deseo de revancha y nuestro
odio visceral, que no parará hasta no disparar el último cartucho y ver correr
la sangre de nuestro último compatriota? ¿No será mejor parar un momento y
conversar acerca de lo que nos diferencia?. La verdad no parece que eso sea tan
malo como comienzan a vociferar los profetas de las desgracias.
El proceso de Paz que en buena hora
iniciamos en nuestro país, será sin duda alguna, la gran oportunidad para que
Colombia, que es una nación ampliamente creyente y practicante, ponga en
ejercicio todos esos aprendizajes de convivencia pacífica, de amor fraterno,
perdón, olvido y reconciliación que, sin excepción y con tanto énfasis, enseñan
todos y cada uno de los credos religiosos, con su correspondiente líder a la
cabeza. No es hora de dudas, de protagonismos
estúpidos y oportunismos faranduleros. De nada nos sirven en estos momentos de lucidez,
los sempiternos sabiondos, que con su retrovisor y su charlatanería esquinera,
comienzan a predecir el fracaso, y a pulsear para que las cosas se dificulten,
con la esperanza puesta en la posibilidad de al final poder decir felizmente:
yo se los dije.
Desde hace ya mucho rato, el pueblo
colombiano estaba pidiendo una oportunidad y esta es brillantísima. De hecho,
la expectativa generada es de tal magnitud, que Estados, gobiernos,
organizaciones y ciudadanos de todo el mundo, han mostrado su alegría y su
satisfacción y, sin excepciones, se han ofrecido para aportar experiencias,
brindar apoyo y poner a disposición del proceso, todo tipo de recursos físicos,
territoriales y humanos. Al menos por eso, los propios colombianos, que somos
los mas interesados en el éxito de las negociaciones, debíamos unirnos, olvidar
los rencores, y mandar para el baúl de los olvidos, esa afición atávica por la
violencia y el conflicto.
Una vieja tradición oriental
sostiene que las personas debemos defender nuestras ideas hasta la muerte, pero
que cuando notemos que una gran mayoría piensa de forma diferente a nosotros,
comencemos a sospechar que somos los equivocados. No se porqué, pero tengo la
sospecha de que los contradictores del proceso de paz, con el mesías Uribe a la
cabeza, se están quedando solos y de tanto mirar hacia atrás, se van a quedar
convertidos en estatuas de sal.
Artículo publicado el 6 de Septiembre de 2012
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