Los cambios de gobierno generalmente se dan en
un ambiente de optimismo y hasta de alegría. Los electores entusiasmados y
festivos esperan al mandatario elegido llenos de expectativas y con la
certidumbre interior de que vendrán mejores tiempos y que, por alguna extraña
razón, todo comenzará a mejorar.
El nuevo gobernante motivado por el triunfo se
siente magnánimo y deseoso de ayudar a
todos. Llama a partidarios y contradictores a trabajar unidos y, comienza a
tomar decisiones sencillas pero efectivas que muestran su gran talante de líder
justo y administrador inspirado que a todos gusta y reconforta. Este periodo es
lo que se conoce como la “luna de miel”, etapa que puede ser muy larga, como la
de algunos presidentes, muy corta, o a veces ni siquiera ocurrir.
Existe un sentimiento unánime en la ciudad de
Cartagena en el sentido de que el nuevo alcalde nos quedó debiendo la “luna de
miel”. Su entrada al gobierno fue abrupta, sin solución de continuidad y
rodeada de una serie de situaciones que mas que tranquilidad y sosiego trajeron
desconcierto e incertidumbre.
Desde su posesión, en un lugar inicialmente
negado para actividades diferentes al deporte, hasta sus primeras declaraciones,
carentes del consenso y la sindéresis requeridos en un mandatario de alto
calibre que recién llega, nos indicaron
que esta vez no se tendría ni siquiera el sosiego de los dos primeros meses de recreo, que se acostumbra en estos menesteres. Mejor
dicho, como se dice coloquialmente, la cosa fue sin anestesia.
La ciudad no está “patas para arriba”, pero si
presenta un aspecto de tierra asolada como nunca antes: al desastre de la malla
vial y el arenero de la Santander se suman una increíble acumulación de
basuras, el descontrol absoluto del tráfico, la reinvasión del espacio público,
el ruido que enzorra, la inseguridad que no da tregua, y, como si fuera poco,
los actores no invitados del racionamiento de agua y luz.
Se inicia el nuevo gobierno con una suma de
elementos perturbadores, que de alguna forma parecen un anticipo de los
presagios maléficos de los Chamanes Mayas, para este año bisiesto. Si bien estas situaciones pueden ser un
problema, también representan una gran oportunidad para un equipo motivado y
fresco que inicia y que creemos sinceramente
tiene las mejores intenciones de hacer las cosas bien.
Es perfectamente viable, que en forma paralela
a la elaboración de un plan de desarrollo de largo plazo – que seguramente ya
se está trabajando - se diseñe una agenda de corto plazo o plan de choque, que
articule recursos y esfuerzos para la atención pronta y efectiva de todos estos
elementos coyunturales que vienen afeando la ciudad y afectando negativamente
la calidad de vida de los cartageneros.
Deambula por las calles del centro, un ejercito
de jóvenes profesionales y técnicos, con experiencia en los asuntos cotidianos
de la ciudad, a la espera de que se reacomoden cargas burocráticas y se definan
canonjías y sinecuras, para ver si es posible retornar a sus cargos, en los que
laboraron sin descanso el último año, lamentablemente bajo el infame artificio
de la OPS.
El alcalde mas que declaraciones tiene que
ofrecer acciones que representen buenas noticias para los cartageneros.
Cartagena se merece una “luna de miel” que reconcilie al pueblo con su ciudad y
con su alcalde, que quiere hacer las cosas bien. Contratar a esos profesionales
jóvenes, para que arranquen de una vez a poner orden, puede ser un buen
comienzo...
Artículo publicado el 24 de Enero de 2012
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