Si hay algo que quizá todos hemos hecho alguna
vez en la vida, es dejar para última hora las cosas que se nos dificultan o no
nos gustan y dedicarnos mientras tanto a “cogerla suave”, hacer cosas
diferentes mas agradables y tranquilizarnos pensando que todavía tenemos tiempo,
hasta que, llegada la hora de la verdad, no queda otra opción que correr,
sufrir, estresarnos y quejarnos de lo ocupados que estamos. Ese extraño
fenómeno humano se conoce como procrastinación.
Anteriormente, cuando el periodo presidencial
de 4 años no admitía reelección, los Presidentes arrancaban acelerados, comenzaban
a trabajar desde recién elegidos y a los pocos días de posesionados,
estremecían al país con anuncios de fondo: emergencia económica, cambios
sustanciales en el modelo económico, plan de austeridad total, despeje para
diálogos de paz, en fin. Buenos o malos sus programas denotaban deseo de
avanzar rápidamente porque el tiempo apremiaba y no se podía desperdiciar.
La famosa reelección presidencial, aprobada en
mala hora y con malas mañas, no solo arrastra consigo el estigma de ser un
episodio grotesco y deprimente de nuestra historia política y democrática, sino
que además les abrió las agallas a los presidentes elegidos bajo su égida,
quienes no han terminado de posesionarse, cuando ya comienzan a hablar de lo
corto de sus periodos y lo largo de los problemas y mientras con un ojo nombran
el gabinete, con el otro buscan al calanchín, que comenzará a agitar las
banderas de la reelección. El presidente no piensa en un periodo de 4 años sino
que, pensando con el deseo, se ve gobernando durante 8 años, con tiempo de
sobra para todo lo que se propone, inclusive para procrastinar.
El ex Uribe, quien se inventó el modelo de
cambiar articulitos para beneficiarse, realmente se “pasó de piña” y recién
arrancado su segundo periodo, ya comenzó a pensar que, con los mismos
argumentos de falta de tiempo y los grandes problemas a resolver, era necesario
otro periodo. Realmente procrastinó todos los segundos cuatro años, dedicándose a su afición predilecta de
pelear, pelear y pelear, mientras los problemas crecían, crecían y crecían, con
la tranquilidad de saber que en los terceros cuatro años, que seguramente le
aprobarían, finalmente resolvería todos los problemas. Afortunadamente esto no
fue así, y hoy todos nos alegramos de que no hubiera podido realizar lo que se
le quedó pendiente: invadir a Venezuela.
La única locomotora del Presidente Santos que
parece marcha sobre rieles pulidos y engrasados es la de la reelección. Las
otras cuatro o cinco, promocionadas con bombos y platillos desde el día de su
posesión, se encuentran atascadas, cual transcaribe nacional, a la espera de
que su imagen, malograda por las locuras del Congreso, las Terquedades de la
Fiscalía, pero sobre todo porque ya el pueblo comenzó a “cogerle el tiro y no
come de cuentos”, mejore y esté lista para cuando llegado el momento, se le
pueda presentar al país maquillado y sonriente para un nuevo periodo. Mientras
tanto procrastina y se dedica a “cogerla suave”, sonriente y afable conciliador
y “buena papa”.
El presidente confía, y probablemente así sea, que será reelegido y
que tendrá esos otros cuatro años para, entonces si, trabajar con seriedad y
poner a rodar sus locomotoras de la prosperidad y la felicidad para que todos
tengamos trabajo, no haya mas inundaciones y finalmente tengamos la tan
anhelada paz. Pero y que tal que se nos presente el dilema del Coronel
Aureliano Buendía: que tal que el gallo pierda… Entonces que vamos a
comer?.....
Artículo publicado el 23 de Agosto de 2012
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