Resulta decepcionante ver que cada vez que ocurre un ataque de las Farc o un
atentado terrorista, aparecen algunos
fanáticos diciendo que al presidente Santos le quedó grande el puesto y
pidiendo a gritos que regrese Uribe. Esta
postura un tanto enfermiza, absurda e irreflexiva, pareciera mostrar que estas personas se alegran de la ocurrencia
de estos episodios trágicos y deplorables, los cuales aprovechan para dar
rienda suelta a sus frustraciones y resentimientos.
Bueno o malo el expresidente Uribe ya se fue y
nunca mas va a volver, así que resulta infantil
e irreal, sentarse a llorar sobre la leche derramada, pretendiendo que
todo lo malo que ocurre es a consecuencia de su ausencia y que la única
solución posible es que regrese y que, como en los cuentos de niños, gobierne
por los siglos de los siglos, para que todos vivamos felices y comamos perdices.
EL propio expresidente se ha comido este cuento
y ya ni siquiera se ruboriza para soltar, en cuanto escenario le sea propicio,
su retahíla mesiánica según la cual, cualquier cosa que se haga en forma
diferente a como el la hizo o la hubiera hecho, en su hipotético tercer
gobierno, está condenada al fracaso, es contraria a su cacareada seguridad
democrática y significa un retroceso. En su discurso monotemático, no hay
cabida para caminos alternativos y mucho menos para la revisión y
replanteamiento de su ya agotada estrategia, para cuya ejecución los
colombianos le dimos 8 años.
No parece propio de una persona de su estatura
pública y riñe con los mas elementales
principios de humanidad, caridad y solidaridad, el que se aproveche una ocasión
tan dolorosa para, cuando todavía
autoridades, familiares y el resto de colombianos no nos reponíamos del impacto
y el dolor, despacharse y arremeter contra el Presidente y el Congreso,
acusándolos de blandengues y cómplices
de los terroristas, por haber cometido el pecado de estar buscando soluciones
de paz. Este oportunismo maligno muestra una condición humana muy diferente
a las del hombre sabio y bondadoso, que quieren
mostrarnos quienes lloran su ausencia.
Constituye un grave error y un bizantinismo ridículo,
continuar la discusión sobre si Uribe vuelve o debe volver. De hecho es el
único de los ex presidentes que no puede volver, gracias a Dios y a la Corte
Constitucional, que petrificó la posibilidad de un tercer mandato y dejó a sus
patrocinadores inventándose martingalas y tratando de retorcerle el brazo a la
constitución y la ley para encaramarlo en una fantasmal vicepresidencia de una
marioneta empolvada, que luego renuncie y lo trepe nuevamente a la presidencia.
Un parapeto de esta naturaleza, no solo terminaría de desprestigiar nuestro
sistema político, sino que atropellaría la democracia, precisamente por parte
de quienes se dicen sus defensores a ultranza.
El ex presidente está en mora de mostrar ese talante
de estadista eximio y demócrata acérrimo que le atribuyen sus adeptos y sacar a
asolear ese patriotismo acendrado que tanto pregonaba en sus días de gloria. Lo
que menos necesita este sufrido país es un expresidente ardido y atosigador que
pretenda, al igual que los patriarcas Garciamarquianos, seguir gobernando mas
allá de su tiempo y mas allá de su espacio, en un país virtual, en donde los
únicos que lo siguen son sus contactos de twitter.
Nadie ha dicho que estemos en un lecho de rosas y mucho menos que en el
futuro cercano se avizoren vientos de paz. También es cierto que el momento mas
oscuro de la noche es antes del amanecer y que
tendremos que recorrer un largo trecho, antes de que comencemos a vislumbrar el verdadero significado de la
felicidad. De la unión y el sacrificio de todos depende que el futuro nos
depare una larga vida de coexistencia pacífica.
Artículo publicado el 16 de Mayo de 2012
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