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lunes, 11 de marzo de 2013

Que tiempo tan feliz...


La primera vez que vi a los cartageneros verdaderamente cabreados, fue en unas fiestas de Noviembre de por allá de los años setenta del siglo pasado. Los promotores de la caseta "Matecaña" habían anunciado un espectáculo que marcaría un hito en la historia de nuestras tradicionales festividades: traerían a la orquesta de Fruko y sus Tesos, orquesta que a la sazón mandaba la parada en Colombia y el mundo, con su cantante estrella Saoko y su interpretación de "Rosario", la que resbalaba y caía en un charco.

Las fiestas de esa época eran un sencillo acontecimiento de 4 días, que se iniciaban un Jueves con la lectura del Bando, por parte de un Alcalde encapuchonado y entusiasta, que lanzaba el primer "buscapiés", y terminaban el domingo, con la elección y coronación de la reina de Colombia, en el Teatro Cartagena. El miércoles anterior al bando, las reinas llegaban, una por una, en unos avioncitos DC-3 y DC-4, que los cartageneros, que se desgajaban de los barrios cercanos al aeropuerto, esperaban festivamente, para dar el primer saludo a las candidatas, que luego eran vitoreadas, cuando bailaban en una tarima improvisada en el exterior del aeropuerto, al son de una "chupacobres" de Ron Popular.

Las reinas populares eran más populares que ahora y se debían a sus respectivos barrios, en los que la  Junta cívica construía una caseta, que semana tras semana congregaba a los vecinos y en las que se bailaba, bebía y compartía tranquilamente hasta altas horas de la noche, sin la incertidumbre de los sicarios, la escopolamina, las navajinas o las balaceras entre pandillas y policías. Las reinas populares eran escogidas por el barrio, pertenecían al barrio y en el tenían su palacio, en el que se ponía una tablilla con el nombre de la reina, seguido del ordinal primera y luego el nombre del barrio. Nunca olvidaré a "Cecilia Primera de Torices": una bella morena, con un gran lunar negro en la mejilla y de la que nunca más tuve noticias.

La reina popular era elegida antes del día de la llegada de las reinas nacionales, con el fin de que, conjuntamente con la Señorita Bolívar, sirvieran de anfitrionas y recibieran a las demás candidatas. Era además la única de las reinas populares que participaba en el bando, desfile que iniciaba en la Base Naval y daba una vuelta entre las avenidas Daniel Lemaitre y Venezuela y terminaba frente a la torre del reloj, sitio en el que las reinas descendían de las carrozas para subir al "refugio de las reinas", pedazo de muralla que hoy sirve de terraza a la alcaldía y en la que se supone se ocultaban las reinas, para escapar del asedio del pueblo y de las guerrillas de buscapiés que a esa hora ya iniciaban.

Eran unas fiestas fáciles y sin el incordio de los montajes, los horarios de trasmisión, los múltiples reinados y actividades, las tarimas, las presentadoras y, sobre  todo, las restricciones y la "prohibidera”, que es lo que tiene mamada a la gente. Las familias enteras salían a comer carne a la llanera con avena caleña, a comprarles "popsicles"  a sus hijos y a comprar el sombrero que lucirían la noche de la coronación, cuando el pueblo entero se volcaba a hacer calle de honor a las reinas que entraban al Teatro Cartagena y se chupaban la incomodidad de esperar, hasta que la nueva reina fuera elegida, para ser los primeros en felicitarla. Eran nuestras  tradiciones culturales, eran buenos tiempos, en los que la máxima perrería de las muchachas era tomar cerveza negra, los presidentes apenas duraban cuatro años, los alcaldes se nombraban a dedo, igual que ahora, y todos teníamos menos de treinta años.

Ese Noviembre se empezó a joder la vaina, un promotor bandido estafó a una ciudadanía, como siempre, ingenua e inocente. Fruko no llegó porque nunca estuvo contratado, ni estuvo en los planes del sinvergüenza que,  después de llenar la caseta, pretendía,  con la patraña de la demora del avión e inconvenientes de última hora, reemplazar a la esperada y mundialmente reconocida orquesta, con una papayera. La indignación fue tal que no quedó piedra sobre piedra. La caseta fue literalmente arrasada y cada quien tomó lo que consideró, equivalía a lo que había pagado y le habían tumbado. En mi casa hasta hace poco había un banquillo con un letrero en el fondo que decía: Caseta Internacional Matecaña. Fue el comienzo del fin de las casetas. Como decía ni amigo, se jodió la bicicleta...

Artículo publicado el 14 de Noviembre de 2012

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