La primera vez que vi a
los cartageneros verdaderamente cabreados, fue en unas fiestas de Noviembre de
por allá de los años setenta del siglo pasado. Los promotores de la caseta
"Matecaña" habían anunciado un espectáculo que marcaría un hito en la
historia de nuestras tradicionales festividades: traerían a la orquesta de
Fruko y sus Tesos, orquesta que a la sazón mandaba la parada en Colombia y el
mundo, con su cantante estrella Saoko y su interpretación de "Rosario",
la que resbalaba y caía en un charco.
Las fiestas de esa época eran un sencillo acontecimiento de 4 días, que
se iniciaban un Jueves con la lectura del Bando, por parte de un Alcalde
encapuchonado y entusiasta, que lanzaba el primer "buscapiés", y
terminaban el domingo, con la elección y coronación de la reina de Colombia, en
el Teatro Cartagena. El miércoles anterior al bando, las reinas llegaban, una
por una, en unos avioncitos DC-3 y DC-4, que los cartageneros, que se
desgajaban de los barrios cercanos al aeropuerto, esperaban festivamente, para
dar el primer saludo a las candidatas, que luego eran vitoreadas, cuando
bailaban en una tarima improvisada en el exterior del aeropuerto, al son de una
"chupacobres" de Ron Popular.
Las reinas populares eran más populares que ahora y se debían a sus
respectivos barrios, en los que la Junta
cívica construía una caseta, que semana tras semana congregaba a los vecinos y
en las que se bailaba, bebía y compartía tranquilamente hasta altas horas de la
noche, sin la incertidumbre de los sicarios, la escopolamina, las navajinas o
las balaceras entre pandillas y policías. Las reinas populares eran escogidas
por el barrio, pertenecían al barrio y en el tenían su palacio, en el que se
ponía una tablilla con el nombre de la reina, seguido del ordinal primera y
luego el nombre del barrio. Nunca olvidaré a "Cecilia Primera de
Torices": una bella morena, con un gran lunar negro en la mejilla y de la
que nunca más tuve noticias.
La reina popular era elegida antes del día de la llegada de las reinas
nacionales, con el fin de que, conjuntamente con la Señorita Bolívar, sirvieran
de anfitrionas y recibieran a las demás candidatas. Era además la única de las
reinas populares que participaba en el bando, desfile que iniciaba en la Base
Naval y daba una vuelta entre las avenidas Daniel Lemaitre y Venezuela y
terminaba frente a la torre del reloj, sitio en el que las reinas descendían de
las carrozas para subir al "refugio de las reinas", pedazo de muralla
que hoy sirve de terraza a la alcaldía y en la que se supone se ocultaban las
reinas, para escapar del asedio del pueblo y de las guerrillas de buscapiés que
a esa hora ya iniciaban.
Eran unas fiestas fáciles y sin el incordio de los montajes, los
horarios de trasmisión, los múltiples reinados y actividades, las tarimas, las
presentadoras y, sobre todo, las
restricciones y la "prohibidera”, que es lo que tiene mamada a la gente.
Las familias enteras salían a comer carne a la llanera con avena caleña, a
comprarles "popsicles" a sus
hijos y a comprar el sombrero que lucirían la noche de la coronación, cuando el
pueblo entero se volcaba a hacer calle de honor a las reinas que entraban al
Teatro Cartagena y se chupaban la incomodidad de esperar, hasta que la nueva
reina fuera elegida, para ser los primeros en felicitarla. Eran nuestras tradiciones culturales, eran buenos tiempos,
en los que la máxima perrería de las muchachas era tomar cerveza negra, los
presidentes apenas duraban cuatro años, los alcaldes se nombraban a dedo, igual
que ahora, y todos teníamos menos de treinta años.
Ese Noviembre se empezó a joder la vaina, un promotor bandido estafó a
una ciudadanía, como siempre, ingenua e inocente. Fruko no llegó porque nunca
estuvo contratado, ni estuvo en los planes del sinvergüenza que, después de llenar la caseta, pretendía, con la patraña de la demora del avión e
inconvenientes de última hora, reemplazar a la esperada y mundialmente
reconocida orquesta, con una papayera. La indignación fue tal que no quedó
piedra sobre piedra. La caseta fue literalmente arrasada y cada quien tomó lo
que consideró, equivalía a lo que había pagado y le habían tumbado. En mi casa
hasta hace poco había un banquillo con un letrero en el fondo que decía: Caseta
Internacional Matecaña. Fue el comienzo del fin de las casetas. Como decía ni
amigo, se jodió la bicicleta...
Artículo publicado el 14 de Noviembre de 2012
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