Hace algún tiempo se puso de
moda decir que en Colombia todos los aviones que se retrasaban iban para
Cartagena. La desproporcionada afirmación que en principio tenía más de chiste
que de cifra estadística, presentaba algunos visos de certeza y aunque parezca mentira, estaba sustentada en
una de las más reconocidas y cuestionadas características de nuestro comportamiento:
Los cartageneros no reclamamos, no nos quejamos.
De acuerdo con quienes apoyaban
esta teoría, esta condición de aceptar pasivamente que se nos violaran derechos
sin decir nada, daba pie para que los administradores de aerolíneas, tan pronto
se dañaba un avión, lo asignaban a la ruta de Cartagena, ya que los pasajeros
para esta ciudad, tranquilamente se iban para la sala de abordaje a departir,
conversar y arreglar el mundo y así se
pasaban las 6 o 7 de horas de espera, al final de las cuales todos felices se
embarcaban y llegaban a sus casa a echar el cuento.
Si esta demora hubiese ocurrido
en otra ruta, sabía la aerolínea que a los pocos minutos tendrían una inmensa
cola de pasajeros, reclamando comida, refrigerios, daños y perjuicios y, por
supuesto, amenazando con quejarse a las autoridades, cosa que, en muchas
ocasiones efectivamente hacían. Vista de esta manera, parece que la susodicha
versión tendría sentido y quien quita que de pronto fuera cierta.
Sobre este mismo aspecto, últimamente,
se ha venido sosteniendo que nuestras autoridades solo atienden los reclamos,
cuando la gente cansada de suplicar soluciones, explota y en forma violenta
protesta con bloqueos de vías y las infaltables quemas de llantas. Aunque
también puede ser una exageración, a todos nos consta que, en alguna ocasión,
hemos sufrido las consecuencias de esta forma de protestar. Los problemas por
daños de vías, por fallas en servicios públicos y las casi permanentes de los
mototaxistas son una buena muestra de esta tendencia.
Dos extremos tan distantes y tan
viciosos, son los componentes ideales
para una sociedad resentida, desarticulada y proclive a la confrontación, el
conflicto y la perpetuación de todo tipo de problemas. De nada nos sirve la
fachada de ciudad ilustre, cálida y alegre, si en los barrios de la ciudad se
debate una población pasiva y llena de problemas, abandonada por unas
autoridades negligentes e inmunes al sufrimiento y las necesidades de los
ciudadanos, a quienes se deben por mandato constitucional y legal.
A las organizaciones sociales,
cívicas y comunales corresponde asumir la vocería de sus asociados para, en
forma coherente, respetuosa y estructurada, presentar sus quejas y reclamos a
las autoridades y a la dirigencia en general. Al gobierno que arranca le toca
demostrar, con hechos incontrovertibles, su vocación de servicio y el deseo de
atender los problemas de la ciudadanía, como tantas veces lo prometiera en
campaña.
Artículo publicado el 7 de Febrero de 2012
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