Por estos días de desespero, frustración y
desencanto, casi todos los analistas, columnistas, críticos y opinadores, andan
ocupados tratando muy seria y
sinceramente de diagnosticar el origen, razón o causa de nuestras desgracias.
De las razones por las cuales a Cartagena siempre le faltan los noventa y cinco
centavos para el peso, o de porqué casi todo lo nuestro tiene que ser enredado,
discutido, cuestionado o peleado. La verdad es que hace ratos que no nos sale
una buena y es razonable que la gente se preocupe.
Hay una escuela de frívolos que opinan que
nuestros problemas se deben a nuestra idiosincrasia. Nada nos importa, somos
frescos, tranquilos, impera el “sacaculismo” y el “meimportaunculismo”. La
cogemos suave, somos buena genta, vivimos en el día a día, y en general, poco
nos preocupamos por lo estructural y lo colectivo. Esta teoría es sostenida y
repetida por un importante número de calvas ilustres del altiplano, para
quienes las tesis del sabio Caldas, que establecían una relación directa entre
la altura sobre el nivel del mar y la inteligencia, siguen vigentes.
Está el grupo de los históricos que defiende la
teoría de que nuestra conducta y nuestros problemas tienen su origen en el
desarrollo histórico de esta sociedad. La colonia y la conquista dejaron
improntas indelebles de sometimiento que aun hoy arrastran nuestros dirigentes.
Practicamos un liderazgo episódico. Los
Alcaldes y Gobernadores desaparecen de la escena una vez concluidos sus
períodos, y nuestros congresistas, sumisos y manejables, adquieren protagonismo
a través de su incapacidad de actuar positivamente a favor de sus regiones, o,
lo que es peor, a través de actuaciones desacertadas, escandalosas y
reprochables.
Un importante colectivo de estudiosos defiende
las teorías económicas productivas: somos una región pobre desde tiempos
inmemoriales, no producimos ingresos suficientes para sostener a nuestra gente
y para lograr un desarrollo coherente y sostenido, y lo poco que producimos
está mal distribuido. La riqueza está en manos de unos pocos y los modelos
económicos imperantes antes de resolver las desigualdades las profundizan.
Nuestro esquema unitario ha propendido por un centralismo voraz, truñuño e
insolidario, que favorece el centro en detrimento de la periferia. La pobreza
transversaliza y agrava otros problemas
estructurales como: seguridad, violencia, educación, salud y marginalización.
Existe por supuesto la escuela sociológica, que
me permitiré presentar en las propias palabras de uno de sus mas importantes
cultores: el maestro. “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más
arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero
llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las
leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Somos capaces de los actos
más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de
funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos seamos buenos y otros
malos, sino porque todos participamos de ambos extremos. Llegado el caso -y
Dios nos libre- todos somos capaces de todo. Tal vez una reflexión más profunda
nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que
seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y
ensimismada de la Colonia”.
Por último está el grupo de los radicales, que
sostienen que nuestro problema es que nos la pasamos identificando problemas y
nunca pasamos a la acción. Quien tiene la razón? A lo mejor todos. Por ahora es
importante que la gente haya comenzado a “emputarse”, y que con este año nuevo
se haya despertado el interés por unirnos para entre todos trabajar por lo
nuestro. Por lo pronto recomiendo algunas soluciones que están de papayita:
traigámonos a vivir a Cartagena al Procurador, la Contralora y el Fiscal
general de la Nación, no elijamos más a los mismos de siempre y, por favor, …..
terminemos transcaribe.
Artículo publicado el 10 de Enero de 2013
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