Hace ya casi 20 años, por una rara alineación de astros y otras coincidencias estrafalarias, fui nombrado alcalde de la ciudad de Cartagena de Indias, algo que, tengo que admitir, nunca se me había pasado por la cabeza y para lo que, en principio, nunca me había preparado.
Menos mal que era por poco tiempo, era fin de año, no había ni un centavo en tesorería y rápidamente me di cuenta que, si acaso, me tocaría organizar el tema de las festividades, el alumbrado navideño, la seguridad y la bienvenida y estadía de la gran cantidad de turistas de la temporada. Como quien dice: “hacer el show”. Venía de trabajar en una de las grandes empresas del país, que maneja presupuestos, inversiones, proyectos y nóminas, varias veces mas grandes que los de Cartagena, así que muy pronto me sentí en ambiente y asumí sin misterios el compromiso.
Todo iba bien hasta que se me ocurrió convocar a un consejo de seguridad, para planear todo lo concerniente a la seguridad de la ciudad, durante las festividades y temporada de fin de año. Recibí un magnífico apoyo del gabinete y de todas las entidades convocadas, con la sola excepción del comandante de la policía, quien no asistió y en su reemplazo envió a lo que ellos llaman un segundo. En realidad, era un subcomandante o algo así, muy propositivo, entusiasta y colaborador, que, rápidamente comprendió que era mi primer consejo de seguridad y con mucha competencia, nos llevó de la mano por los vericuetos de los planes, la estrategia y la jeringonza militar.
No había pasado media hora después de terminado el concejo, cuando la puerta del despacho se abrió de par en par e irrumpió un policía sudado, colorado y acezante. Detrás venía la secretaria, quien había intentado infructuosamente detenerlo en su atropellada carrera. El militar, un andino bajito y rollizo, que vestía un uniforme demasiado pequeño para su talla, se paró en el despacho, con una pose de Rambo criollo y haciendo un esfuerzo teatral, impostó una voz estentórea y robótica: gritó su molestia por las decisiones tomadas en un consejo en que el no estaba, nos hizo saber sobre nuestras funciones y las de el, completó las lecciones sobre estrategia, dio un portazo y se marchó por donde vino.
Ese mismo día, en compañía del secretario del Interior, enviamos una carta al Director General de la Policía de la época, informándole sobre las trapisondas de su pupilo, muy especialmente la de faltar a su deber constitucional de comandante, al no asistir a los consejos de gobierno. No se si por la carta o porque se le cumplió el período, pero muy pronto lo enviaron hacia tierras mas frías, donde le descubrieron otras travesuras que fueron más que suficientes para que algunos fiscales y otros jueces, que no le comieron del cuento, le pusieron fin a su fugaz y azarosa vida militar. Por mi parte, continué trabajando toda mi corta designación, con el subcomandante, que era muy bueno y el apoyo de un coronel de infantería, que también se puso las botas por la ciudad.
Recordamos esta experiencia hace unos días, cuando vimos a un agente de policía golpear y encañonar a un turista que se identificaba pacíficamente. El vergonzoso y deprimente episodio, que fue grabado y dio la vuelta al mundo, vuelve a poner sobre el tapete, el debate sobre la violencia policial como una deficiencia estructural persistente de nuestro sistema, lo cual se corrobora cada vez que, como en este caso, los comandantes y jefes supremos, asumen una posición alcahueta y encubridora, al justificar con tecnicismos y enredalapitas cantinflescos, las flagrantes violaciones a los Derechos Humanos, por parte de su personal.
Alguien mencionó de paso, que la agresividad policial es notoria y exacerbada, cuando se trata de gente morena, que lleva ropas y peinados exóticos y uno que otro tatuaje y trajo a colación lo ocurrido hace varios años a Armando Páez, el popular Dragón Rojo del famoso grupo reguetonero Dragón y Caballero, quien fue interceptado y bajado del campero descapotado, en el que su productor lo llevaba del aeropuerto hacia un hotel de la zona turística. El carismático cantante con gran tristeza les dijo a sus verdugos: “estoy seguro que hacen esto solamente porque soy negro”. Grave y delicada acusación que, de ser cierta, debe ser motivo de profunda reflexión y serios propósitos de enmienda, sobre todo ahora que los tiempos son propicios.
Otros contertulios, simplemente afirmaron que la ciudad está emponzoñada de odio y maltrato y que no hay que buscar mucho, ya que el mal ejemplo cunde y viene directamente del palacio de la Aduana, en el que el año ha sido prolífico en madrazos, groserías y malacrianzas. En fin, como dijo el rebelde sin causa James Dean: “No podemos cambiar la dirección del viento, pero sí ajustar las velas para llegar a nuestro destino”.
Esta columna volverá a publicarse el 3 de enero de 2021, día en que se darán detalles finales para la inscripción del cómité de revocatoria, el 4 de enero de 2021. Felicidades en Navidad y Año Nuevo.
https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_Diaz_Wright