Hace algunos años, Cartagena de Indias, como cosa rara, también fue pionera en el extraño ritual de destruir monumentos, algo que por estos días se ha puesto de moda. Recuerdo que un señor enloqueció y levantó a física mona, una placa instalada en homenaje a Edward Vernon, el mismo que sitió a Cartagena y que acuñó una moneda con don Blas de Lezo ante el arrodillado.
Este acto del “hombre mona”, como llamaron al señor, fue aplaudido a rabiar por los cartageneros contrarios al homenaje y, obviamente repudiado por los promotores del monumento. Fue tanta la notoriedad alcanzada por el destructor, que muy pronto fue candidatizado a ser alcalde de la ciudad de Cartagena, algo por demás, completamente viable y posible, si nos atenemos a los resultados de nuestras últimas elecciones.
Sea aceptable o reprochable, la destrucción de monumentos, lo cierto es que parece que el detonante de la acción, es el conocimiento que se tenga, o se descubra, de que tan malo fue el personaje en sus tiempos de gloria. Asimismo, más allá del análisis mediático, frívolo y señalador, lo cierto es que el fenómeno ha sido constante a lo largo de la historia y casi siempre relacionado, con situaciones en que la sociedad ha ido acumulando tensiones en relación a pueblos o grupos tiranizados y discriminados por razones económicas, ideológicas, raciales, sexuales, de distinta índole.
Las estatuas de Leopoldo II, el célebre macrogenocida del Congo, de Edward Colston, responsable del tráfico de mas de 80000 mil africanos, de Cristobal Colón y del General Confederado, Jefferson Davis, todas decapitadas, arrastradas y destruidas, son apenas un pequeño ejemplo de que este temita no es nuevo y tiene sus orígenes remotos en la maldad y la injusticia. Otras de más calibre, también fueron objetos de destrucción, tales como las de, Lenín, Husseín, Voltaire, Rousseau y Victor Hugo, estas últimas destruidas durante la ocupación de Francia por los Nazis, en el régimen inolvidable de Vichy.
Por último debo mencionar los “estatuicidios” de Chile, en los que Baquedano, Valdivia, Aguilar y Menéndez, también pagaron su tributo a la ira popular, y en donde los despojos de sus monumentos, fueron llevados a la lejana Punta Arenas y colocados a los pies de la estatua del indio Patagón, sitio que en adelante se convertiría en lugar de peregrinaje.
Hoy, que parece que en Colombia inauguramos la era de las protestas contra los monumentos, lo menos que podemos hacer, es tratar de analizar el fenómeno, sus razones y sin razones, especialmente en estos tiempos convulsionados en que la olla a presión está que estalla. Hay que entender que los monumentos no solo tienen una relación histórica, sino que además pueden estar revestidos de una condición altamente política, que bajo las tensiones correspondientes, pueden ser tomados como elementos de desahogo en la protesta social. Lo peor es seguir trabajando en los síntomas y no en las raices, o como dicen por ahí: buscando la calentura en las sábanas.
Para los que temen que algún día los cartageneros iracundos, cansados de tanta vulgaridad e ineptitud, decidamos arrancar de cuajo nuestras viejas murallas, les cuento que ya hace algún tiempo un alcalde lo intentó sin éxito. Lo que si disfrutaríamos mucho, sería ver caer los muros de la infamia de: Melillas entre marruecos y España; Suhafat que encierra a los Palestinos en Jerusalem; entre Estados Unidos y México, en el desierto de Arizona; el que separa las dos Koreas y el que mantiene encerrados a los romaníes indios en Baia Mare, Rumania.
Por lo pronto, evitemosle a nuestros nietos y bisnietos la contrariedad y el trabajo de, en un futuro, tener que destruir las estatuas de barro de esta generación, de líderes mediocres, marionetas empolvadas, dirigentes de pacotilla, que hoy nos gobiernan y que por un imperdonable error electoral, les hemos permitido profanar con perraterías y payasadas de circo barato, nuestros sagrados ámbitos de historia y democracia. De nosotros depende entonces, rectificar y escoger los mejores líderes en el presente, para que nuestros descendientes no sean convocados a destruir ídolos de barro en el futuro.
Muletilla: El lenguaje escatológico usado por nuestro alcalde, para explicar el uso del tapabocas, es el apaga y vamos. Como quien dice: ¡Va en caída libre!
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