Tengo una hermana que dice que cuando llegan los meses terminados en “bre”, se acabó el año. Tengo otro amigo, más radical, que dice que en Cartagena después de octubre, “todos los días se bebe”.
No se quien de los dos tendrá razón, pero lo cierto es que cuando se aproxima el fin de año, comenzamos a sentirnos diferentes: unos alegres, otros sentimentales, otros reflexivos y, hasta el sol y la brisa se ponen de acuerdo, para hacernos el ambiente agradable e inolvidable. Como decía el maestro, “dan ganas de hacerse un retrato”.
Cuando celebrábamos el año nuevo y los cachacos sin oficio, discutían si lo llamaríamos dos mil veinte o veinte - veinte, tuve la mala idea de recordar que, además, comenzaríamos un año bisiesto. Todos sabemos que estos años, debido al día fantasma 29 de febrero, han sido considerados de mala suerte desde tiempos inmemoriales. Dicen que, en el siglo V, Santa Brígida acordó con San Patricio, ambos santos patrones de Irlanda, que aquel sería el único día, en el que era permitido a una mujer proponer matrimonio al hombre. El hombre debía aceptar o dar una gran compensación a la dama, en caso de rechazarla, para no ser perseguido de por vida por la mala fortuna.
Otros menos románticos atribuyen el temor al año bisiesto, al pavoroso eclipse de luna ocurrido en 1504 y que llenó de consternación y tribulaciones a los asustadizos e ignorantes indígenas que amenazaban con dejar morir de hambre a Colon y su tripulación. Colon, que poseía las tablas astronómicas de Johannes Müller von Königsberg, predijo con exactitud el inicio y el fin del eclipse, convenciendo a los indios de su gran capacidad de negociación con los astros. Por supuesto el fenómeno fue igualmente atribuido a que 1504 era un año bisiesto. Sea por lo uno o lo otro, lo cierto es que el año bisiesto tiene sus vainas raras y este que, afortunadamente, ya casi se acaba no ha sido la excepción.
Lo primero para destacar es, que las potencias, que se creían que tenían todo bajo control, fueron sorprendidas por un bicho invisible y malvado, que puso en jaque al mundo entero. De la noche a la mañana, los encopetados gobiernos quedaron dependiendo de los humildes ejercitos de científicos, anónimos y arrinconados en los laboratorios del olvido por los sabiondos de la OCDE o del G-20. Fue un fenómeno sin precedentes y la historia dirá que un tapabocas y un antibacterial, eran mas valorados que una cabeza nuclear.
Nuestro país, como cosa rara, fue de los más sorprendidos: con un sistema de salud precario y sin ningún tipo de preparación para afrontar una crisis de semejante calibre y con un gobierno truñuño, especialmente con los más necesitados. Hoy, que parece que la pandemia empieza a ceder, podemos darnos por bien servidos de que solo hayamos tenido 850000 contagiados y 25000 muertos. Como si fuera poco, y eso si es de nuestra cosecha, parece que se hubiera aprovechado la situación para fortalecer otras cositas peores que la propia pandemia: incremento de impuestos, incremento de violencia contra líderes sociales, incremento de masacres y una preocupante arbitrariedad de la polícía, que hoy hace que el miedo a dejar el encierro no sea por un inminente contagio de covid, sino por la posibilidad de un balazo oficial.
A nuestra ínclita ciudad de Cartagena, es quizá a la que peor le ha ido. Además de todos los males ya referenciados, hay que sumarle la incertidumbre de su propio futuro. La principal bandera de este gobierno antipático, la corrupción, ha pasado a ser una simple anécdota y hoy se agazapa como cucaracha, escondida y agarrada de la escoba con que pensaban barrerla. Obligado a retractarse varias veces, con múltiples denuncias en proceso y un discurso burlesco y desgastado, nuestro pintoresco alcalde se diluye ante una realidad aplastante: No hay Planes y sin planes no hay futuro.
Lo único que falta para redondear este año de desventuras es que repita el pelucón Trump en los Estados Unidos, o que a Dau se le ocurra darnos otra instrucción sobre bioseguridad.
https://es.wikipedia.org/wiki/Rodolfo_Diaz_Wright
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