Hay varios razonamientos que comienzan a hacer carrera en nuestro medio. Los proponemos a cada momento y en cada circunstancia y de tanto porfiar y repetirlos, casi que se están volviendo un buen argumento, que se enuncia con sabiduría, conocimiento y erudición.
Aunque probablemente estos razonamientos siempre han existido en el imaginario colectivo, es en boca de la dirigencia pública y privada donde se revisten de autoridad y terminan convertidos en verdaderas falacias argumentativas, generalizaciones indebidas, que ocultan su propia mala intención.
Una de esas argumentaciones es la que establece que, si usted no está de acuerdo con el gobierno de turno, no puede opinar en contra de sus decisiones, so pena de ser acusado por lo menos, de perseguidor del gobierno y malandrín. Hay escenarios en los que incluso usted puede ser estigmatizado como terrorista y Castro Chavista. Esta tesis, de la cual es un gran cultor nuestro alcalde, profundiza los señalamientos, si usted ha tenido la mala suerte de, en otra época, haber prestado sus servicios en otro gobierno. En ese caso, sin pruebas, sin elementos de juicio, sin procesos ni condenas, usted además será responsable de todos los males que aquejan a nuestra ciudad.
Otro argumento pueril que se escucha sin cesar por estos días, es realmente tonto, y establece que los que hoy cuestionan, no deben hacerlo porque en el pasado no lo hicieron. Eso equivale a algo así como: deja que yo también haga lo que hicieron los otros. ¿No veo por qué me la vas a montar a mi, si a los anteriores no les dijiste nada? Aquí hay varias reflexiones. Primero: no es cierto que en el pasado no se haya hecho nada. De hecho, en los últimos 25 años, siete alcaldes han recibido fuertes sanciones, y al menos 4 debieron abandonar el cargo. De otro lado, es apenas elemental que tu denuncies lo que ocurre en tu época. La sociedad del pasado, con o sin razón, tomó sus decisiones, con o sin pruebas hizo sus denuncias y los procesos tuvieron su propia dinámica. No existe razón válida para culpar a esta sociedad del presente, de situaciones del pasado.
Pero el más grave y descabellado de todos los juicios de valor, que por estos días forman parte de la agenda polarizadora, es el que considera que todas las instituciones del Estado, son nidos de ratas, cuevas de Rolando, en donde miles de funcionarios se la pasan echando cabeza, a ver como le hacen daño al gobierno de Cartagena. Digamos, en gracia de discusión, que es posible, que efectivamente en organizaciones de seres humanos, manejadas por humanos, se presenten situaciones materia de investigación y de censura. Esas cosas caen dentro de lo posible. Pero de ahí a que todo el aparato público, jurídico, legislativo, de control y asesor del Estado, esté conspirando contra una persona en especial, hay un trecho muy grande y mucha prepotencia de quien se cree el ombligo del universo.
Es decepcionante que haya personas con conocimiento de lo público o en posiciones importantes en lo privado, que estén apoyando estas posturas absurdas y contribuyendo a crear un ambiente enrarecido, en donde cunde el mal ejemplo del irrespeto y desobediencia a las instituciones, soporte de nuestra democracia y de la legalidad del Estado. Ni que decir del maltrato generalizado e infundado hacia cualquiera que se atreva a llamar la atención sobre el manejo errático, descontrolado e ineficaz de la ciudad.
No habían pasado diez minutos desde que el Concejo Distrital decretara la moción de censura contra el Secretario de Planeación, cuando desde todos los ángulos y sectores comenzaran a llover los fuegos apocalípticos y el bombardeo de insultos, ofensas y todo tipo de imprecaciones. Casi nadie se tomó el trabajo de leer las más de 10 causales constitucionales y legales analizadas y que obligan a los Concejos a tomar estas medidas cuando se encuentra su procedencia. Se trata tan solo de seguir la corriente de moda y esta es: Insultar, ofender, desobedecer, irrespetar.
La figura de la censura, al igual que la revocatoria, existen, son constitucionales y legales y cuando toca aplicarlas se deben aplicar. Ese mero hecho, no da derechos a irrespetar a una institución que, gústenos o no, es la representación democrática del pueblo.
Si hay algo claro es que a nuestro alcalde nadie lo persigue: el se persigue a si mismo. A nuestro alcalde nadie quiere hacerle daño: el se hace daño a si mismo. El no necesita de enemigos, pues el es su propio enemigo.
El moralista y escritor francés Jean de la Bruyère solia decir que: “Para algunas personas, hablar y ofender es lo mismo.”
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