Esta mañana, un amigo que tiene una gran deuda con el propietario de una tienda del barrio de Crespo, se presentó ante el tendero con su cartoncito de marlboro, lleno de anotaciones de fiados viejos y nuevos y luego de mirarlo seriamente por unos segundos le mostró el cartón y sacó la mano que traía escondida en la espalda y le entregó lo que allí llevaba: una rama de olivo.
El olivo es, hoy por hoy, uno de los grandes símbolos de la humanidad y su universalidad es tan aceptada, que no existe religión, sociedad o partido político que no lo haya usado alguna vez. En la antigua Grecia, el olivo representaba la sabiduría, estaba consagrado a la diosa Atenea, quien lo creó dando un golpe con su lanza en el suelo. La mitología egipcia, en cambio, asegura que fue la diosa Isis, quien lo entregó a los humanos y además, les dio las claves para la extracción de su famoso aceite.
Este emblemático árbol, por su longevidad y resistencia es considerado símbolo de renovación y prosperidad y su aceite, portador de la bendición divina, de poderes de sanación y con grandes propiedades medicinales y curativas. Los musulmanes lo relacionan con la luz, los hebreos con lo divino y para los cristianos representa un punto importante en los momentos de oración de Jesús, antes de su captura. Por supuesto no ha faltado el avispado que dice que colocar una rama detrás de la puerta, aleja las malas vibras.
Ayer, en su lánguida presentación del enésimo Libro Blanco, el alcalde inopinadamente y en otro de sus exóticos bandazos administrativos, resultó ofreciendo ramas de olivo a los entes de control, explicando en forma condescendiente que “los va a dejar quietos unas semanas para que trabajen”. Utilizó la rama de olivo al mejor estilo de los ejércitos triunfadores, que ofrecían clemencia al derrotado. Solo le faltó hacer una corona con las ramas de olivo y ceñirla sobre sus sienes a la usanza de los vencedores olímpicos.
No sabemos si el alcalde está para ofrecer clemencia o, por en contrario, muy humildemente debería solicitar clemencia de todas las instituciones del Estado que ha irrespetado, desobedecido, ridiculizado y, las que muy seguramente, habrán tomado atenta nota de sus desafueros y en aplicación de sus competencias, fiscales y disciplinarias, de un momento a otro le van a pedir cuentas. Creemos que el olivo debió ser ofrecido como en el pasaje bíblico del regreso de la paloma al arca de Noé: en señal y símbolo de paz, que es quizá el símbolo por excelencia de la rama de olivo.
No quisiéramos creer la versión ciudadana que da cuenta de que el alcalde, cansado y convencido de la imposibilidad de llevar a cabo la tarea, que sin medir sus alcances se impuso, cada día actúa consciente y premeditadamente en la dirección de ser removido del cargo por los entes de control que, de cerca vigilan sus actuaciones poco ortodoxas y a veces en contravía de los reglamentos. En estos tiempos convulsionados, será necesaria una profunda y juiciosa reflexión para definir que es lo que más le conviene a esta sufrida ciudad.
El tendero de Crespo, agarró la rama se plantó en la puerta y le dijo a mi amigo: El alcalde puede ofrecer todas las ramas de olivo que quiera, pero tu a mi me pagas.
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