La palabra “Quiebra” es pavorosa. Mete miedo, y genera sensaciones de desesperanza y desamparo. Cuando nos dicen que una persona o una empresa están quebrados, nos preocupamos y, de una u otra forma, vemos el futuro con mucha incertidumbre.
La quiebra o bancarrota apareció en Venecia y Florencia por allá por el siglo XVI, cuando se consideraba una deshonra para los banqueros el no poder pagar a sus clientes. En una ceremonia en la que participaban, el gobierno, otros banqueros y el público, el banquero endeudado quebraba o rompía la banca en que se sentaba, como símbolo de que no seguía prestando sus servicios.
La cosa ha cambiado muy poco y por eso, cuando nos dicen que una ciudad está quebrada, entramos en pánico. Sobre todo, si esta afirmación la hace en forma vehemente y emotiva el propio alcalde de la ciudad. Hay que entender a una población ya escaldada por los estragos de una peste infame, y que poco o nada entiende de los tejemanejes e intríngulis contables y financieros de una ciudad, de por sí ya enredada, como La heroica.
Lo primero que se nos viene a la mente, y el alcalde con su declaración contribuyó a eso, es que todo va a ser peor: menos inversión social, más desempleo, menos obras, menos ayuda para las víctimas actuales y futuras de la pandemia y, por supuesto, más hambre, desolación tristeza y muerte. Un panorama oscuro en el que tan solo será necesario un funcionario, controlando el cajón de la plata, para pagarle a una fila de acreedores rabiosos.
Ante lo desproporcionado de las afirmaciones los expertos han saltado a pronunciarse y han elevado sus voces de protesta pidiendo cuentas claras y chocolate espeso: Los trabajadores oficiales han mencionado y, parece que, con mucha razón, que estas afirmaciones deben estar sustentadas en datos, cifras, estudios y proyecciones, que generen un diagnóstico confiable, que permita definir el camino a seguir.
Algunos expertos han terciado informando que “las ciudades no se quiebran y que desde el punto de vista financiero solo tienen déficit de tesorería”. La administración saliente, sacó sus chorizos del humo, manifestando que no entiende por qué hasta ahora, en plena pandemia, se viene a hablar de ese tema, que se consideraba superado desde el empalme, y ha enfatizado que: Todo eso se hizo público, todo eso se dio a conocer en la comisión de empalme, pero a la vez, con el equipo económico, siendo responsables, “dejamos un capitulo en el presupuesto del 2020, de un plan de saneamiento fiscal de Cartagena”.
El alcalde no debe tirar la toalla tan rápido. Admitir una presunta quiebra sin luchar y entregar el Distrito al manejo burocrático del calvilustrismo andino a través de la ley 550 de 1999, es prácticamente una renuncia a ese elaborado plan de desarrollo y ese sueño de revitalización de la ciudad, tan largamente acariciado y esperado por los cartageneros
Como decía el coronel: con los tiempos que pasan y ahora esta quiebra, nos esperan días amargos.
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