Somos un país de frustraciones y optimismos exagerados. Casi
siempre esperamos más de nuestros representantes y a la final nos estrellamos
contra la cruda realidad: no somos tan buenos como creíamos o como nos habían
hecho creer y tenemos que conformarnos con discretos desempeños y, sobre todo,
con las extravagantes explicaciones con las que nos justificamos. “Nos la
tienen montada, o nos faltó el centavo para el peso, o nos hicieron la patuleca”.
Creo que no me equivoco cuando
sostengo que la campeona mundial de las frustraciones es la actriz y modelo Sofía
Vergara. A pesar de sus formas y éxitos rotundos, su permanente vigencia en los
medios y las infaltables nominaciones a cuanto premio de televisión existe,
cada año tenemos que conformarnos con el premio de consolación del mejor
vestido o que es la mejor pagada o las menciones que de ella hace la revista
Forbes. Pero de los Emmy o los Golden Globe nada. Otro tanto nos ocurre con las
participantes al reinado universal de la belleza. A pesar de que nuestra
candidata, siempre figura como favorita, a la larga es eliminada y ya llevamos
la pendejadita de 55 años, esperando que nuestro favoritismo se consolide con
la anhelada corona.
Somos tan exagerados en nuestro
optimismo, que cuando Alejandro Falla le gana al numero 230 del ranking de la
ATP, inmediatamente lo damos de favorito para ganar Wimbledon. Igual nos
ocurrió por allá por el año 1994 cuando la selección Colombia de Futbol, ya era
la segura ganadora de la Copa Mundo y rápidamente nos devolvieron con el rabo
entre las piernas y una sarta de justificaciones, que iban desde la existencia
de una rosca paisa, comandada por el “Bolillo” Gómez y su hermano, el inefable “Barrabas”,
hasta una conspiración de las mafias de apostadores internacionales, que no
estaban dispuestas a permitir que nuestra exitosa selección, les arruinara su jugoso negocio.
Claro que cuando nos suena la flauta, sobre todo con algunos buenos deportistas y otros excelentes
artistas, enloquecemos de felicidad, festejamos a rabiar y terminamos
enredados en parrandas desmesuradas, adornadas con peloteras, “navajinas” y
balaceras, situación que llevó a afirmar al gran colombiano García Márquez que:
“Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos
como un desastre aéreo”. Eso si, a pesar de todo, en medio de nuestras
incontinencias temperamentales, una cosa
es bien cierta: en esos episodios excepcionales, somos un país unido, festejamos
juntos y sufrimos juntos. O al menos eso creíamos.
Lo que menos nos imaginábamos
optimistas y frustrados, era que la escogencia de un colombiano o un Gran
colombiano, en un programa, medio misterioso, medio manipulado y medio pirata,
fuera a causar una conmoción nacional y una división de opiniones, apenas
comparable con la salida de Martín del Desafío o la eliminación de Oscar de
Protagonistas de nuestra Tele. Mientras una parte del país se extasiaba con la
noticia, la otra parte se horrorizaba. No podíamos creer, que el mismo a quien
más de cien organizaciones de todo el mundo, pidieron que no se le otorgara el
premio “La puerta del Recuerdo”, declarándolo persona no grata, hubiese sido
elegido como el gran colombiano, honor solo reservado a personajes que a través
de su vida, sus actuaciones y su
capacidad de forjar valores, hubiera
contribuido con el engrandecimiento de su país . A nadie se le podía ocurrir
que un politiquero mal hablado, indiciado en expedientes de cortes
internacionales y patrocinador de una cuadrilla de burócratas, complicados en
uno de los más grandes procesos de corrupción de que se tenga noticia en la
región, pudiera ser nuestro representante histórico. Bueno a algunos les gustó.
Pero no
hay motivos para tanta discusión. El hecho de que lo hayan designado como el
Gran Colombiano, no lo hace mejor. El seguirá siendo el mismo viejito
malcriado, cascarrabias y mal encarado. Seguirá siendo el mismo guerrerista, el
de la seguridad democrática a ultranza, enemigo de la paz, el de los falsos
positivos y las chuzadas del DAS. Seguirá apoyando a sus amigos, más allá de
los designios del poder judicial y ayudará
a los fugitivos a esquivar el brazo largo del gobierno. No, las glorias
inmerecidas de un programa de farándula, nunca lograrán lavar su catadura
atrabiliaria y acallar los ecos de su
régimen despótico. El seguirá siendo el mismo que como se descuide, “le da en
la cara marica”.