Vistas de página en total

domingo, 17 de octubre de 2021

EL DESASTRE QUE SOMOS

Hace algunos días un muchacho paseaba, despreocupadamente, por el Centro Histórico y, al tiempo que apreciaba la exuberante belleza de nuestro Mar Caribe, se entretenía mirando las variadas piruetas de los pocos transeúntes que, resignados, intentaban cruzar la vía en medio de los huecos y charcos, dejados, a la sazón, por el único y esperado proyecto que se desarrollaba en la ciudad: La tan cacareada reconstrucción de la Avenida Santander.

 

El joven, que en realidad era un turista del interior del país, había llegado a La heroica en compañía de su familia a festejar el grado de su hermana e, inadvertidamente, se puso en contacto con un cable de alta tensión, tirado de cualquier manera en el suelo del oscuro y abandonado Parque de la Marina, recibiendo una descarga eléctrica de alta intensidad, que produjo se deceso inmediato. Se cuenta que otra persona que, igualmente, se encontraba cerca del lugar resultó herida.

 

Este desproporcionado, inaceptable y bochornoso episodio que, aparte de ser destacado en medios locales, no tuvo mucha trascendencia nacional, quedó prácticamente sin calificación y muy pronto fue olvidado, después de algunas declaraciones altisonantes de los implicados, según las cuales: “se harán exhaustivas investigaciones para determinar responsabilidades y aplicar todo el peso de la ley a los culpables”. Mientas tanto, en forma descarada, se calificaba el desastre de, “desafortunado accidente” y sanseacabó. Como si fuera muy accidental tener cables de alta tensión aéreos y que estén por ahí tirados, para que la gente los pise, cual trampas mortales.

 

Seguramente ya habrá por ahí algunos defensores oficiosos de causas perdidas, diciendo que, en una ciudad turística, donde vienen tantos turistas, lo más normal es que, de vez en cuando, a alguno de ellos le ocurra alguna fatalidad o un accidente. No tenemos nada en contra de esa afirmación, siempre y cuando se trate en realidad de accidentes en su sentido estricto: hecho imprevisible, repentino y ajeno a la voluntad. Pero, seamos serios: no es imprevisible, ni ajeno a la voluntad, instalar redes aéreas de alta tensión y, mucho menos, dejar que colapsen, quedando los resultados de esta acción al azar. 

 

Desde el día en que el Pinturero, cayó en su paracaídas en el Mar del Cabrero y no se había previsto esta eventualidad, para evitar la tragedia, hasta este último episodio en el parque de la Marina, son muchos los mal llamados accidentes, que han ocurrido a turistas en la ciudad y que hablan muy mal de nuestra  capacidad real de organización y control, de una actividad de la que nos jactamos, es uno de los pilares de nuestra economía, generadora de desarrollo y empleo digno para nuestros conciudadanos.

 

No es uno ni dos, son docenas de turistas, los que se han caído en alcantarillas destapadas en el centro y en los registros eléctricos, instalados a manera de trampas en los andenes. Son muchos los turistas, que recién bajados del avión, se meten al mar Caribe para no salir más, sin que, por una u otra razón, seguramente siempre justificable, haya aparecido la mano amiga de un salvavidas a ayudarlo. Son muchas las familias de visitantes que han padecido el horror, y el dolor, al volcarse el coche en el que se movilizaban, al desplomarse, de físico agotamiento, el pobre caballo que lo tiraba. Debe ser verdaderamente trágico regresar a la casa a llevar la noticia de la mala hora.

 

Que más necesitamos que ocurra para actuar: ¿Que los turistas y los cartageneros sigan siendo atracados y asesinados, siempre “en hechos aislados”, por las cuadrillas sucedáneas de los Tropojanos o de la Ndranghetta, que atacan a la vista de todos, a plena luz del día y en cualquier lugar de la ciudad? Parece que, al contrario de lo esperado, en lugar de protección y apoyo por parte de la policía, la ciudadanía y el turismo sienten cada vez más miedo de una institución, cuyas actuaciones, a veces equívocas y contrarias al sentido común, dejan mucho que desear.

 

El caso de una turista tirada del cabello y revolcada por varios agentes, que luego “tomaron las de Villadiego”, cuando la ciudadanía reaccionó airadamente en su contra, es apenas una muestra del tamaño del problema. Igualmente, preocupante sigue siendo la pasividad mostrada por este supuesto equipo de defensa de nuestra honra y bienes, frente al bochornoso y perverso tráfico y acoso sexual, a que son sometidos los turistas y cualquiera que se les parezca, en cualquier rincón de nuestra noble e ínclita ciudad.

 

Es obvio, que ya la gente se mamó del alcalde, y solo la sostiene la esperanza de que este martirio ya durará poco. De acuerdo con ese sincretismo perverso, es igualmente obvio, que ya el alcalde se mamó de la ciudad y solo lo mantienen la expectativa de seguir pasándolo bien, por cuenta del erario público y su afición a la burla, el perrateo y al abuso, ante la mirada complaciente de autoridades y entes de control mamasantones y blandengues.

 

Los cartageneros tenemos la palabra: Sin importar como termine este gobierno de pesadilla, tenemos la obligación ciudadana y humana de la reflexión, del derecho a cambiar y de hacer las cosas bien. Elegir inteligentemente a personas con comprobada capacidad de gestión, ejecución y compromiso con la ciudad, será nuestra tarea. No podemos volver a fallar.

 

Parafraseando al célebre presidente ecuatoriano del terremoto de Ambato: Quien quiera derramar lamentos por Cartagena, que lo haga en billones de pesos.

 

P.D. Es obvio que, con esa catadura astrosa y esos ademanes disparatados y atolondrados, no lo reciban en los despachos del poder de la Avenida Pensilvania, en el corazón de Washington, 


Cartagena, octubre 17 de 2021

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario