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domingo, 12 de septiembre de 2021

ECOS DE LA DEMOCRACIA

Dicen que la primera vez que el recién elegido Primer Ministro inglés, el laborista Harold Wilson, se entrevistó con la Reina Isabel II en 1964, se excusó por tener que someterla a su presencia, la cual el sabía, que no era agradable para ella.

 

Wilson le aseguró que el comprendía su malestar, ya que su antecesor, un conde jugador de cricket, el conservador Alec Douglas-Home, a quien ella sin duda prefería, era un hombre fino, de cuna noble y excelentes modales, mientras que el, solo era un campesino ordinario, sin pergaminos y sin clase social.

 

La Reina, que siempre ha tenido una respuesta enigmática, altiva e inteligente para todo, lo miró de lado, como los loros, y le aclaró sin compasión: “Es mi deber no tener preferencias”. Wilson, que era un come callado de siete suelas, la tranquilizó diciéndole que no se preocupara, ya que “tener preferencias era muy humano” y se aprovechó, rápidamente, del ligero titubeo de la Reina, para soltarle la primera pedrada sobre sus ideas liberales y de cambio, que tanta repercusión tendrían posteriormente en el Reino Unido y en la vida de los ingleses y su Reina.

 

Pero en realidad, las prevenciones de la Reina, iban más allá del simple hecho de que Wilson fuera un corroncho, que no supiera defenderse en la mesa con los cubiertos. El veneno estaba en el terror que le había metido el mampolón Felipe de Edimburgo, su marido o príncipe consorte, quien no bajaba al pequeñito Wilson de malandrín comunista, que tarde que temprano instalaría una guillotina en Trafalgar Square, para mocharle la cabeza a toda la realeza.

 

Era tanto el pavor que les causaba el progresista Wilson a los aristócratas ingleses que, en 1968, liderados por el inefable Louis Mountbatten, último Virrey de la India, primo de la Reina y tío de Felipe, se cranearon una conspiración para tumbar al Primer Ministro incómodo, acusándolo de agente encubierto de la KGB rusa. El temita hubiera seguido si no es porque tienen la mala idea de presentárselo a la Reina, argumentando que el golpe de estado era necesario, para preservar la constitución y la democracia, que se encontraban en riesgo por las medidas liberales del comunista agazapado, que era Wilson.

 

La Reina, una vez más les demostró, no solo su talante de gobernante correcta e inconmovible, sino que además les dejó claro quien era el que llevaba los pantalones en el reino. Con su cara brava y su tonito sarcástico les advirtió: “preservar la democracia, es dejar que ese señor termine su gobierno y después elegir uno mejor”.

 

En realidad, la conspiración era un embeleco inútil de desocupados, ya que, hacía rato que la Reina, secretamente, y a veces en contra de sus asesores y familiares, apoyaba y admiraba a Harold Wilson, quien fue uno de los líderes que más reformas sociales hiciera en un país harto de los conservadores, del caos que habían provocado, de que la vivienda estuviera disparada, de las revueltas raciales, de los escándalos sexuales o el déficit anual. Nada de eso, ni siquiera la discutida eliminación de la pena de muerte, impulsada por Wilson, fueron   barreras para que su relación con la monarca fuera excelente, a pesar de las reticencias iniciales. 

  

Esta historia que, aveces parece una novela, en realidad nos muestra algunas de las cosas que siempre han acompañado al aconmodaticio concepto de democracia, y a la más acomodaticia forma en que cada sociedad, cada gobierno, lo ha manejado y lo maneja. Era el propio Churchil quien decía que: con lo mala que era, la democracia, aun así, era el menos malo de todos los sistemas políticos. No es de extrañar entonces, que una Reina, que fue una de sus grandes admiradoras, siendo la jefa de la más grande y pesada monarquía del mundo, tuviera la claridad de comprender, que la democracia, a su manera, radicaba en el poder del pueblo de decidir, cada determinado tiempo, por los mejores, para que lo hicieran mejor.

 

La democracia colombiana, algo vapulaeada y vilipendiada, también, a su manera, nos brinda esa brillante oportunidad que, a veces, desaprovechamos pendejamente. Cada 4 años debemos llenarnos de la clarividencia de los grandes pensadores, de los grandes líderes y comprender que, es la única oportunidad que se nos presenta de ejercer nuestro poder ciudadano, de decdir inteligentemente y de generar esos procesos de cambio, que a cada rato pedimos, sin saber que somos nosotros los principales artistas en ese reparto.

 

Cada persona un voto: es la mejor definición de la universalidad del voto popular y del derecho democratico a participar en política, a decidir y a  actuar informada  e inteligentemente. Solo así podemos cumplir a cabalidad nuestra función ciudadana y ser verdaderos líderes del cambio.

 

Fue tan grande la camaradería entre la Reina y Wilson que cuando este cumplió su promesa de renunciar al cargo de primer ministro, al cumplir 60 años, la reina bajó de su pedestal y viajó hasta el famoso 10 de Dawning Street, casa y oficina del Primer Ministro, para acompañarlo en la cena de despedida, algo que solo ha hecho la Reina dos veces en su vida. Obviamente, la otra vez fue cuando se fue Churchill.

 

P.D: La democracia también consagra la posibilidad de revocarle el mandato a los alcaldes flojos. En ese caso, no tenemos que esperar los 4 años, eso es de una.


Cartagena, septiembre 12 de 2021

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