En estos días de reclusiones y toques de queda, impuestos de correndilla, para conjurar los efectos deletéreos de la semana santa y el “transca” gratis de Dau, me he tomado el trabajo de repasar un poco de historia sobre la protesta, la manifestación y la revolución y, la verdad, la vaina no es tan sencilla, ni se reduce a unos vándalos peleando contra unos policías, como pretenden hacernos creer estos dirigentes de pacotilla que nos gobiernan.
Sea lo primero decir, que en general las únicas marchas 100% pacíficas son las procesiones y algunas celebraciones populares. De hecho, en Colombia ni las celebraciones son pacíficas. No es si no que recordemos los triunfos deportivos en futbol, que generalmente van seguidos de desordenes, vandalismo, violencia y hasta víctimas. En realidad, las marchas de protesta, que son tan viejas como los mismos gobiernos, aliadas de los festejos populares y de los huelguistas, y que han logrado cambios significativos en el mundo, han sido bastante movidas, con altas cifras de daños y víctimas y, los resultados obtenidos, han obedecido a que los gobiernos han tenido que ceder ante la presión de los protestantes.
Otra gran falacia que se ha organizado alrededor de las marchas de protesta es creer que, si el líder u organizador es un reconocido pacifista o defensor de la paz, entonces la marcha será pacífica. Craso error. Las marchas, los plantones, los cacerolazos y todo este tipo de inventos, son concebidos y planeados para protestar o hacerse escuchar a través de pancartas, cantos, himnos, gritos, sonidos y arengas. El Estado, que siempre ha creído y porfiado por la ilegalidad e inconveniencia de las protestas, envía a sus fuerzas para “vigilar” el normal desarrollo de la manifestación y “evitar desmanes”. El resto es pan comido. Solo es necesario que el infiltrado, el policía, el vándalo, quien sea, haga el primer movimiento y como decía Mockus: arranca el tropel. Fusiles contra piedras. Nada mejor para un gobierno inepto y despótico al que se le reclaman derechos escamoteados, que culpar a los que protestan de lo que ellos mismos provocan.
A quienes se desgañitan en twitter, mostrando como modelos de protestas pacíficas a los procesos de Gandhi y Martin Luther King, les tengo una mala noticia: estos procesos, liderados por grandes hombres defensores de la coexistencia pacífica y de los derechos humanos, no han sido precisamente un modelo de protesta pacífica y libres de atropellos, violaciones y toda clase de barbaridades por parte de gobiernos represivos. Gandhi y su gente fueron apaleados y encarcelados en casi cada marcha de desobediencia civil y nadie olvida los trágicos episodios de Amritsar, el 13 de abril de 1919, cuando el ejercito invasor inglés, alegando que se reunieron más de 5 hindúes, disparó mató 359 e hirió 1200. Los ingleses dijeron, obviamente, que habían respondido a ataques de los manifestantes.
Por los lados de las luchas pacíficas del Dr. King, a favor de los derechos civiles y en contra de la discriminación, la cosa no fue diferente. Masacres, asesinatos, violaciones, torturas y todo tipo de barbaridades, fueron el factor común en las protestas emprendidas por este pacifista, que terminó siendo asesinado en un oscuro episodio en la ciudad de Memphis, Tennessee. En todo Estados Unidos, las fuerzas policiales han cometido violaciones de derechos humanos, atroces y generalizadas, en respuesta a maifestaciones mayoritariamente pacíficas contra el racismo y la violencia policial sistémicos, que incluyen el homicidio de personas negras. Amnistía Internacional ha documentado 125 casos distintos de violencia policial contra manifestantes ocurridos en 40 estados y el Distrito de Columbia entre el 26 de mayo y el 5 de junio de 2020. El término brutalidad policial ha sido acuñado, precisamente, para designar la forma como las fuerzas del orden americanas han intentado acallar la protesta ciudadana.
Contestar con balas a quienes, en tiempos de hambre, miseria y desigualdad, exigen pacificamente sus derechos, o la derogatoria de reformas y leyes infames, es la peor de forma de ser un pésimo gobierno. Nada de lo hecho por los manifestantes en las marchas, da derechos a un gobierno a asesinar y maltratar a su gente. Responder con los fusiles a un país que solo exige soluciones a las grandes deficiencias estructurales de su modelo económico y de gobierno, es reconocer el fracaso de un sistema y de una dirigencia cretina, que hoy toda la comunidad internacional señala sin tapujos.
Se equivocan y no están ni tibios, los bobazos de las redes que creen que con procesiones y cánticos, se le va a torcer el brazo a un régimen despótico y represivo, eso jamás ha ocurido y nada se gana asustándose, criticando y aculillándose, por unas barricadas, unos bloqueos y unas ventanas rotas, resultantes de la represión oficial.
El Boston Tea Party de 1773, la Revolución Francesa de 1779, La marcha de la Sal de Ghandi en 1930, La Marcha Sobre Washington de Martin L. King en 1963, La Primavera de Francia en 1968, Las marchas de los Lunes en Alemania en 1989, La revolución Cantada de Letonia, Estonia y Lituania en 1987, Las revoluciones de Colores o Las Flores en Georgia, Ukrania, Líbano y Kirguistán en 2003, La Euromaidan de Ukrania en 2014 y, la Primavera Árabe que comenzó en 2010 y aun no termina, todas, sin excepción, triunfaron y lograron cambiar el mundo, no por pacíficas, sino porque los pueblos resistieron y pusieron altas cuotas de sacrifico ante gobiernos que, con el peregrino expediente del vandalismo, pretendieron acabarlas a punta de AK-47.
Cada vez que comencemos a protestar para reivindicar nuestros derechos, tengamos presente la vieja consigna de Herbert Marcuse, en la inolvidable primavera de París de Daniel el Rojo: Seamos realistas, pidamos lo imposible.
CARTAGENA, 14 DE MAYO DE 2021
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