Me encontré a un gran número de familias de Crespo, departiendo alegremente a altas horas de la noche, en un conocido restaurante del sector de Bocagrande en Cartagena. Mientras reían y bromeaban, se disputaban con los turistas retrasados de la temporada, las últimas papas fritas y salchichas, que el abigarrado restaurante podía ofrecerles.
Me saludaron con grandes risas mientras gritaban a través del escándalo: "al mal tiempo buena cara mi hermano". Tenían razón. Un pequeño chaparrón que cayó al medio día, produjo uno de los habituales cortes del servicio de energía eléctrica, y a las siete de la noche, desesperados con el calor, los mosquitos carniceros, el hambre y las pataletas de los niños, habían decidido tomar sus vehículos y moverse a buscar comida y un poco de tranquilidad.
Iván Jiménez, un célebre arquitecto crespero, sostiene, con su humor sombrío, que las primeras palabras que aprenden a decir los niños de Crespo son: "se fue la luz". Después con mas tranquilidad aprenden a decir papá y mamá. Esta desproporcionada afirmación que, a primera vista, parece otra aventura de la imaginación, es en realidad una verdad de a puño, y está relacionada con el impacto sicológico que produce en la vida diaria de los costeños la incertidumbre sobre lo que les deparará el futuro inmediato. Hay angustia y desazón ante la sola idea de que “se vaya la luz” y gran felicidad, cuando, después del apagón … “vino la luz”.
Este extraño ciclo de comportamientos, que debió ser muy normal en las cavernas, y que es ajeno a cualquier sociedad moderna, es el que vivimos los caribes, ante el actuar perverso e inhumano de la empresa Electricaribe, a la que no la han valido editoriales, protestas civilizadas, ni delegaciones de airados gobernadores, ante ministros y presidentes, para entender, de una vez por todas, que nadie la quiere y que está acabando con la poca paciencia que le queda a una región de más de once millones de habitantes que sufren día y noche su pésima y costosa gestión. Será necesario encontrar un Alejandro moderno que corte el nudo gordiano con el que esta empresa se amarró a la institucionalidad colombiana y que hoy le permite ufanarse de que es imposible que los echemos.
Cuando salía del restaurante fui abordado por los bulliciosos vecinos que me mostraban los recibos de energía que pagaban puntualmente todos los meses y que se acercaban al millón de pesos. Uno se hizo escuchar por encima del grupo y gritó: “Docto escriba un artículo en el periódico y diga que a Cartagena no llegó la guerrilla, pero llegó Electricaribe que es peor”.
@rododiazw