Nunca pensé que a mi venerable edad
de abuelo, me vería involucrado en una reyerta partidista, irrespetado, y
humillado por la misma cáfila, a la que había esquivado con tanto éxito durante
toda mi vida. Como dijo la escritora, las calvas ilustres del centralismo
rugieron de nuevo y como cuenta el maestro que le dijeron al peluquero que
prohibió hablar de política en Macondo: “eso me pasó por sapo”.
Solo tenía un mes de estar, por vez
primera en mi vida, militando en un
Partido Político y me sentía todo un personaje de la Francia revolucionaria decimonónica,
luchando por la articulación de la sociedad al Estado, y procurando el
establecimiento de una democracia digna del siglo de Pericles. Estaría tan
entusiasmado que en un arranque de felicidad me atreví a decirle “Fincho” a
Efraín Cepeda, corriendo el riesgo de que me “repellara” por estarle poniendo
apodos, con un hipocorístico muy de moda, que los muchachos usan para referirse
a los fines de semana.
Llegaba puntual a todas las
reuniones del directorio, andaba con una
copia de los estatutos del partido, de los que nunca me desprendía y, cuando me informaron que
teníamos que decidir a quien le dábamos el aval, para participar en las
elecciones atípicas para la Alcaldía de Cartagena, me dediqué con mucho empeño,
con análisis DOFA y matriz de impactos incluidos, a analizar cual sería la
mejor opción para la ciudad. Ahora que
lo pienso con cabeza fría, no se cuantos de los que participábamos en esas
reuniones, estábamos pagando la “primiparada”, y cuantos se estarían
divirtiendo, simplemente burlándose de nuestra disciplina y buenas intenciones
de cambiar la ciudad. Estoy seguro que el “Fincho” estaba entre estos últimos.
EL “Fincho” vino a una de las
primeras reuniones y, con una seriedad pasmosa, nos felicitó por el “aporte que
le estábamos haciendo a la restauración del país y a la consolidación de la
democracia”. Nos prometió respaldo irrestricto, respeto por nuestras decisiones
y, sobre todo, respeto por la descentralización del Partido Conservador,
pregonada en letras de molde en los nuevos estatutos. En las siguientes
reuniones, en las que discutimos el procedimiento de escogencia del candidato
que respaldaríamos, nos mandó un veedor que garantizara y diera fe de que, todo
lo haríamos con transparencia y de acuerdo con la ley y los estatutos.
La escogencia fue ordenada,
argumentada y apegada a los estatutos del partido y la ley electoral. La
mayoría votamos por el joven Dionisio Vélez, a quien consideramos una opción
nueva, sin antecedentes negativos en ningún campo, con buenas energías, buenas
propuestas y en general con buenos calidades humanas y técnicas para rodearse
de un equipo idóneo y manejar la ciudad.
La opción de Navas fue votada estíticamente y en general se consideraron, su
gran desgaste político, su poca credibilidad,
y la pobre imagen que marcaba en los sondeos, como los factores de
más peso para no recomendar el respaldo. Después vino lo que ya todos sabemos:
“Fincho” reunió en Bogotá a su Directorio Nacional y, conjuntamente con el
“Excremental”, un presunto familiar de Navas y otros representantes del
“calviilustrismo”, decidieron que unos provincianos afiebrados, no estábamos
preparados para tomar decisiones “tan importantes”. Se olvidaron de los
estatutos y la ley que tanto nos recomendaron y decidieron al mejor estilo
centralista. Una verdadera porquería, un partidismo de pacotilla. Me rompieron
el corazón.
Las desafueros del “Fincho” acabaron con mi fugaz carrera
política, con mi motivación y mi buena voluntad de participar en un proceso
serio, de construir un partidismo
organizado, pero, sobre todo, con mi inocencia política. Espero que, como decía el Coronel, reciba su castigo, no
por los anacronismos y arbitrariedades de su directorio retrógrado, sino por
faltarle al respeto a un viejo que no se mete con nadie.